Por muchos años, yo fui un corredor de medias
distancias, y participé en algunas carreras. Pero, me fastidié. En Maracaibo,
el único lugar donde realmente se puede correr es el Paseo del Lago, pues en el
resto de la ciudad, los corredores están expuestos a los ladrones y a los
conductores híper agresivos.
Además, quizás, hay en mí un gusanito anti-sistema. Y,
en vista de que en Maracaibo se pusieron de moda los grupos training y toda su parafernalia
consumista para salir a trotar, me aburrió aún más correr. Más aún, cuando me
enteré de que Jim Fixx, el autor de un libro best seller promoviendo los beneficios de correr, murió de un infarto a los 52 años
mientras corría, perdí el entusiasmo.

Encima, puesto que con la enorme cantidad de tiempo que
perdemos los maracuchos haciendo cola, ya no puedo leer con tanta devoción,
como lo hacía antes. Por eso, para compensarlo, escucho clases, libros y
programas académicos mientras hago otras actividades. Cuando corro, es imposible
concentrarme en lo que oigo. Por eso, prefiero ahora caminar, mientras oigo
esos documentos.
Pero, de vez en cuando conservo mi gusto por trotar.
En Majuro casi no hay corredores. Pero, con la alarmante tasa de diabetes y
obesidad en las Islas Marshall, el gobierno de vez en cuando promueve carreras.
Esta semana se convocó una, como parte de las festividades del Día del
Presidente.
En Venezuela, hay fanáticos que aún pican tortas a
Hugo Chávez el día de su cumpleaños. Esto se suele ver como parte del culto a
la personalidad que el propio Chávez promovió, pero en realidad, no es muy
distinto de lo que se hace en otros países. En las Islas Marshall, se celebra
el cumpleaños del primer presidente de este país, Amata Kabua. Este hombre no
promovió un culto; no era el megalomaníaco narcisista que sí fue Chávez. Pero,
sí fue mucho más corrupto. Quizás Chávez esté ahora ardiendo en el infierno,
pero estoy seguro de que el Juez Supremo no lo habría condenado por corrupción:
su obsesión era que las masas le rindieran culto, no acumular dinero en cuentas
suizas. Como Bolívar, Chávez murió sin grandes riquezas; pero también como
Bolívar, era un tipo tremendamente vanidoso.
En cambio, según he consultado en libros y con
marshaleses cultos, Kabua sí tuvo negocios turbos, y ha quedado en la historia
como un corrupto. Él negoció la independencia marshalesa, y la compensación
norteamericana, siempre acudiendo al chantaje victimista post-colonial. No
sorprendería saber que le quedó una tajada de esa compensación. Buena parte de
esa compensación no va al gobierno marshalés, sino a los caciques. Y Kabua, muy
convenientemente, era un cacique, que siempre obstaculizó el ascenso político
de los plebeyos.
Tuvo, además, una idea demencial: quiso negociar con
compañías nucleares norteamericanas, para recibir desechos industriales, a
cambio de millones de dólares. Su razonamiento era muy sencillo: puesto que las
Islas Marshall están amenazadas por el calentamiento global dada su baja
altitud, los desechos servirían para aumentar la altitud, y así, ¡todos
quedarían contentos!
A los marshaleses no parecen molestarles mucho estas
desfachateces. Ven a Kabua, no como un político, sino como un jefe tribal, que
merece respeto debido a su jerarquía tradicional, y que supo ganarse la
simpatía del pueblo: supongo que, como los adecos, robó y dejó robar. Es el
padre de la patria, pero no hay nada remotamente cercano al enfermizo culto a
Bolívar (y ahora, a Chávez) que tenemos que soportar los venezolanos. Los
marshaleses no están entre esos pueblos desgraciados que necesitan héroes, como
bien señaló en una ocasión Bertolt Brecht.
En fin, como parte de las celebraciones del Día del
Presidente, corrí en una carrera de seis kilómetros. En los últimos 20 metros,
un filipino que había dejado atrás al inicio de la carrera, corrió a toda
velocidad, y me ganó por un par de segundos. Por culpa de ese payaso, no obtuve
el tercer lugar en mi categoría, y no recibí premios. Como suele ocurrir cuando
un perdedor se frustra, odié a toda la nación filipina, y se me vinieron a la
mente todos los cuentos degradantes que mi abuela Aurorita me contaba sobre esa
gentuza. Ya recuperado con agua y naranjas, el filipino se acercó a darme la
mano, y muy a mi pesar, se la extendí… La amabilidad del tipo, supongo, me hizo
recuperar mi cordura, y comprendí que casi todos esos cuentos que me contaba mi
abuela, estaban llenos de prejuicios colonialistas típicos de su época.
J. Maarten Troost, un tipo que escribió un libro muy
popular sobre Kiribati (The Sex Lives of
Cannibals), estuvo unos días en Majuro. Y, en su libro (escrito en un tono
brutalmente sarcástico e irónico), describe muy negativamente a esta ciudad,
haciendo mucho énfasis en la obesidad. Pero, si bien la obesidad es un problema
en todo el Pacífico, yo no veo tantos gordos. Hay muchos más en Maracaibo.
Por otra parte, tampoco hay mucha gente haciendo ejercicios.
A veces voy a un gimnasio. Ahí, hay varios filipinos y fijianos, pero casi no
hay marshaleses. En ocasiones veo a fijianos jugar rugby en un parque. Y, los
domingos, a veces yo juego fútbol en ese parque. En Maracaibo, yo juego en una
liga, con uniformes, árbitros, y demás. Acá, es una caimanera muy desordenada,
y no estoy seguro de que la gente siquiera conoce las reglas más básicas
(excepto, por supuesto, que no se puede usar la mano). Las primeras ocasiones, pensé
que esos muchachos con quienes he jugado son marshaleses. Pero, luego descubrí
que son gente de Kiribati.
Lo he dicho muchas veces, y volveré a decirlo, aun si
se enojan los fans de Eduardo Galeano y otros progres latinoamericanos: el
colonialismo tuvo aspectos positivos. Y, uno de ellos, fue la exportación del
deporte moderno. A los ingleses debemos el ethos
deportivo, la organización, lo civilizado de esta actividad. Ha resultado
natural, pues, que en las antiguas colonias, prevalezcan los deportes de las
antiguas metrópolis. Kiribati fue una colonia inglesa, y por eso, hay más
entusiasmo por el fútbol. Las Islas Marshall, en cambio, fueron una colonia
norteamericana, y ya sabemos cómo los gringos desprecian el fútbol. Por eso, a
los marshaleses no les interesa mucho el fútbol (aunque, ocasionalmente veo
franelas del Real Madrid), y no creo que la FIFA se plantee estos atolones como
terreno fértil para expandir sus negocios.
La pasión marshalesa, en cambio, es el baloncesto.
Supongo que la falta de espacios abiertos en estos atolones, ha propiciado el
gusto por este deporte que no necesita campos. En los barrios de Majuro y
Laura, se improvisan canchas con cestos, y los muchachos no tienen problemas en
jugar descalzos en arena. Había un gimnasio cubierto en donde se organizaban
campeonatos, pero, está ya totalmente deteriorado por la falta de
mantenimiento, y ahí ya sólo quedan ratas. Lamentablemente, la altura no ayuda
mucho a los marshaleses; pero, he visto a jóvenes con muchas destrezas. He
dicho más arriba que los marshaleses no forman parte de los pueblos
desgraciados que necesitan héroes. Pero, quizás debería matizar, pues percibo
en ellos un gran deseo en tener a un marshalés en la NBA. Ojalá llegue.
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