sábado, 27 de agosto de 2016

Mi paso por Miami y Honolulu

  En mis años universitarios, leí con mucho entusiasmo varios libros etnográficos clásicos: Malinowski con los trobriandeses, Evans Pritchard con los nuer, Ruth Benedict con los zuni, entre otros. Estos libros despertaron en mí un interés por la antropología. Pero, a medida que me fui introduciendo más en esta disciplina, me repugnó el relativismo cultural y la occidentofobia que reina entre la mayoría de los antropólogos. Fundamentalmente por esta razón, decidí dedicarme más bien a la filosofía.
            Por algunos giros del destino, ahora me encuentro viviendo unos meses en la República de las Islas Marshall, en Micronesia. Supongo que mi vieja vocación etnográfica, la cual nunca desarrollé debido a mi frustración con el relativismo, se ha vuelto a activar. He publicado varios libros sobre temas diversos, pero no creo que tenga la capacidad o la voluntad de escribir un libro etnográfico o de viajes. Con todo, he decidido escribir algunas observaciones y narrar algunas anécdotas a medida que transcurre mi viaje en las Islas Marshall.

            Venezuela atraviesa una terrible crisis económica, y yo francamente no puedo darme muchos lujos. Por ello, en el viaje desde Maracaibo hasta Majuro (la capital de las Islas Mrshall), pasé algunas penurias. Tuve que dormir una noche en Miami. Allá, mi querido tío Iván Burgos me recibió estupendamente. Iván es uno de esos maracuchos hasta la médula: guitarrista, exmiembro del Quinto Criollo, profesor de la Universidad del Zulia. Pero, uno por uno, sus cinco hijos fueron abandonando el país, y él, ya solo en Maracaibo, no tuvo más remedio que marcharse también, ya en sus años de madurez. Iván es un tipo muy cálido y optimista, pero al conversar con él y conocer la historia de la separación de sus hijos, es inevitable concluir que Venezuela se está cayendo a pedazos.
            Yo había estado años antes en Miami, pero sólo de pasada. Iván se encargó de mostrarme el corazón de la ciudad. Dada la espectacularidad de sus rascacielos, el gigantesco mall de Sawgrass, y la arena fina de Miami Beach, puedo entender el deseo de tantos venezolanos para ir a probar suerte en esa ciudad. Pero, inmediatamente alcancé a ver que Miami es sólo una ciudad de gratificación inmediata. En la superficie todo es muy lindo, pero los venezolanos con una destacada preparación académica, al llegar deben conformarse con hacer deliveries de pizza, temer a la migra, e ingeniárselas para inventar solicitudes de asilos políticos que, todos sabemos, son fraudulentos.
            De Miami, volé a Honolulu, con una parada de algunas horas en Houston. El cansancio y el jet lag me empezaron a afectar. Pero, en vista de que, dada mi pauperización, seguramente más nunca tendría una oportunidad para conocer Honolulu, inmediatamente tomé un bus desde el aeropuerto y fui a Waikiki Beach.
            A simple vista, Waikiki Beach es más o menos más de lo mismo que cualquier otra ciudad playera gringa. Podría evocar la famosa canción de Rubén Blades: “era una ciudad de plástico… de edificios cancerosos… donde nadie ríe, donde nadie llora”. El capitalismo se ha llevado a esa ciudad por los cuernos. Pero, a diferencia de Miami, tiene un criterio estético muchísimo más refinado. En algunas zonas es una selva de concreto, pero el paseo de la playa es una joya.
            Ciertamente, durante los últimos cincuenta años, los turistas idiotizados norteamericanos han convertido en mercancía la cultura hawaiana, y podría pensarse que Hawaii es un templo del turismo capitalista, donde se venden estereotipos colonialistas de la peor calaña. En cierto sentido, lo es. Pero, al mismo tiempo, hay un notable esfuerzo por parte de las autoridades turísticas en dar a Hawaii un giro más culturizado. Hay muchas exhibiciones de la bella (y muy melancólica) música hawaiana, así como sus danzas. Y, si bien no hay presencia visible de ningún movimiento independentista, sí hay mucho esfuerzo en exhibir el patrimonio cultural e histórico hawaiano, libre (hasta donde se pueda) de la distorsión y caricaturización colonialista americana.
            La experiencia de Hawaii es bastante representativa de lo complejo que fue el colonialismo como proceso histórico, y lo difícil que es juzgarlo de forma maniquea. Antes de los contactos con los europeos, Hawaii era un archipiélago de varios cacicazgos. Los nativos practicaban sacrificios humanos (posiblemente así murió el capitán Cook en su visita). Los misioneros cristianos fueron penetrando. Podemos criticar a estos misioneros en muchas cosas (como por ejemplo, ¡el haber prohibido el surf!), pero al menos, su influencia definitivamente suprimió las prácticas sacrificiales. El colonialismo, vale recordarlo, tuvo algunos aspectos positivos.
            A diferencia de lo que ocurrió en América, en Hawaii se propagó la religión cristiana de un modo pacífico. Al final, Kamehameha I unificó a todos los cacicazgos, y proclamó la monarquía de Hawaii, la cual tuvo reconocimiento internacional, incluso por parte de los propios EE.UU. Estos reyes se hicieron cristianos, y la última reina de Hawaii, la simpática Lilioukalani, era cristiana devota.
            A finales del siglo XIX, ya Hawaii no estaba penetrada solamente por misioneros, sino también por inversionistas norteamericanos, que buscaban controlar más directamente el gobierno para favorecer sus negocios. Al penúltimo rey de Hawaii lo obligaron a firmar una constitución, y así, Hawaii pasó a ser una monarquía constitucional en 1887. Yo soy fiel a mis principios republicanos, y siempre consideraré que las monarquías no son buenas, pero si acaso, la monarquía constitucional es mejor que la monarquía absolutista.
Con todo, se ha reprochado que esa transición en Hawaii fue forzada por los extranjeros. Visto en retrospectiva, parece que, en efecto, los inversionistas norteamericanos tenían un plan preconcebido: convertir a Hawaii en una monarquía constitucional, luego en una república, y finalmente anexarla a EE.UU. como colonia, todo por vía de las armas. El plan funcionó a la perfección, y ya en 1898, en la coyuntura de la guerra entre España y EE.UU., Hawaii pasó a ser territorio norteamericano. En 1993, el propio Bill Clinton pidió públicamente disculpas por aquel atropello del gobierno norteamericano.
            Los hawaianos reprocharon aquellos acontecimientos, y supuestamente se recogieron firmas de la abrumadora mayoría de los habitantes de Hawaii (yo francamente dudo de que la mayoría de los hawaianos supieran escribir o colocar su firma en un papel, pero en fin) solicitando derogar la anexión. Los gringos no les hicieron caso. Sólo después de la Segunda Guerra Mundial, se ofreció a Hawaii la posibilidad de un plebiscito para decidir su estatuto. Pero, ese plebiscito organizado por EE.UU. fue casi tan ilegítimo como el de Crimea organizado por Rusia: no se incluyó la opción independentista. En ese plebiscito, los hawaianos votaron por ser incorporados como el estado cincuenta de la unión americana.
            A estas alturas, yo creo que ya EE.UU. ha consolidado su proyecto colonialista en Hawaii, y prácticamente nadie habla de independencia. En Waikiki, ni por asomo un hawaiano la respaldaría. Quizás algún joven con ímpetu revolucionario la tenga en mente, pero francamente, yo vi mucho más entusiasmo en los jóvenes por los bailes y el surf, que por la independencia de su nación. Esto es aún otro aspecto comúnmente irónico del colonialismo: muchos nativos reprochan con justa razón la forma en que sus ancestros fueron maltratados por los colonizadores, pero también asumen que lo hecho, hecho está, y que es imposible ya dar vuelta atrás.
            Uno de los parajes más simpáticos de Waikiki Beach es la estatua hecha en honor de Duke Kahanamoku, el campeón hawaiano de natación, encargado de popularizar el surf. En América Latina, dedicamos estatuas a gorilas militares. Los hawaianos, bastante más ligeros en su carácter colectivo, prefieren consagrar estatuas a tipos pacíficos que gozan la vida, no con batallas y golpes de Estado, sino con pequeños placeres, como por ejemplo, montarse en una tabla y dejarse arrastrar por una ola.
            En este aspecto, admiro mucho más el ethos hawaiano. Pero, por supuesto, este ethos supuestamente pacifista y ligero es sólo a medias. Pues, en Hawaii está Pearl Harbor (pude verlo desde el avión), la base naval norteamericana. Cuando, en 1943, los japoneses la atacaron, la sociedad norteamericana asumió aquello como una enorme ofensa que había que vengar (supuestamente los japoneses son los obsesionados con el honor, pero en este caso, ¡los gringos se contagiaron del espíritu nipón!). Aquel acontecimiento sigue siendo un leif motiv del nacionalismo norteamericano. La triste ironía es que, ni hoy, ni en aquel momento, se recordó que, apenas cincuenta años antes, los propios norteamericanos habían anexado a lo bestia aquel territorio.
            Tras mi recorrido por Waikiki, decidí volver al aeropuerto. La mañana siguiente, muy tempranito, viajaría a Majuro, la capital de la República de las Islas Marshall. Mi condición de viajero venezolano miserable no me permitió ir a un hotel, de forma tal que tuve que quedarme la noche en el aeropuerto. Fue espantoso. La zona del aeropuerto asignada para que los viajeros trasnochados duerman, no tiene aire acondicionado. A los gringos que vienen del frío de Minnesota, y van con sus camisas de flores a Hawaii a sentirse amos del trópico, seguramente les agrada mucho el pasar una noche sólo con ventilador. Pero, para un miembro de la clase media maracucha, dormir sin aire acondicionado es una catástrofe.
Además de eso, en más de una ocasión, algunos policías me despertaron ordenándome que me moviera a otro lugar. Un demonio me tentó a impregnarme del victimismo que tanto abunda en EE.UU., y gritar a pulmón abierto que esos policías eran racistas y me estaban acosando sólo porque yo soy latino. Pero, me percaté de que los policías acosaban a gente de todo color. Tuve que aguantar en silencio, pues sencillamente, esos policías sólo hacían su labor. En el aeropuerto de Maracaibo, ni por asomo dejarían dormir a alguien. 

            Después de una velada que se hacía interminable, volé a Majuro.

1 comentario:

  1. Gracias Dr. ANDRADE por compartir su experiencia. Me dejò con el suspenso de saber còmo fue el aterrizaje en Majuro

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