Al
llegar al hotel en Majuro, desesperadamente me cambié la ropa, pues la humedad
la hacía pegajosa. Maracaibo es una ciudad terriblemente húmeda, pero eso no
hace que yo esté acostumbrado a los climas tropicales. La clase media maracucha
(o lo que queda de ella) ha organizado su vida en torno al aire acondicionado,
y en Maracaibo puede faltar el pan, pero no el aire.
En la
recepción del hotel, un hombre elogió el sombrero vueltiao que yo llevaba puesto. Le dije que ese sombrero se fabrica
en Colombia, y el hombre me dijo que él era colombiano. No había pasado una
hora en Majuro, ¡y ya yo estaba hablando español en el culo del mundo! Hace
algunos siglos, hubo algún proyecto de que, en las Islas Marshall, se hablara
español. España, en sus delirios de grandeza imperiales, quiso apropiarse de
las Islas Marshall, a medida que fue colonizado las Filipinas. Pero, quien
quiere una tienda, que la atienda. España no atendió a las Islas Marshall, y
ante el acoso del nuevo país con delirios de grandeza imperial, Alemania, tuvo
que ceder la pretensión de las islas a los alemanes en 1883.
En aquella
transacción, estuvo metida la Iglesia Católica. El acuerdo entre Alemania y
España contó con la mediación de León XIII. En líneas generales, no me agradan los Papas. Y, al considerar el papel de este Papa como mediador entre España y Alemania, repartiendo a las potencias
territorios sin ni remotamente plantearse el deseo de los propios isleños, me
hace despreciarlo aún más Pero, en todo caso, esto no fue la
primera vez que ocurrió: no conviene olvidar que la Iglesia en varias ocasiones
ha repartido territorios sin preguntar nada a sus habitantes; así fue como
España y Portugal se repartieron América en el siglo XVI. El Papa en aquella
ocasión fue Alejandro VI, una infame bestia negra del Vaticano.
El colombiano que
conocí en la recepción del hotel era un piloto privado cuya nave tuvo que
aterrizar de emergencia en Majuro, y estaba esperando que sus clientes le enviaran
la pieza para poder despegar. Me contaba que apenas llevaba tres días en la
isla, y ya estaba desesperado por irse. Con testimonios como ése, pensé que mi
vida en Majuro sería algo así como la del personaje de Tom Hanks en Náufrago. Mi cuñado, un maracayero que
vive en Francia, me ha dicho jocosamente que compre una pelota Wilson para
tener amigos.
Yo desde un principio
sabía que venía a estar varios meses en las Islas Marshall, de forma tal que,
si bien me afectó un poco la frustración del piloto colombiano, no permití que
me venciera.
Días después de mi
llegada, me enteré que ese colombiano estaba de gozón en Majuro. En Majuro sólo
hay una carretera, pero hay una gran abundancia de taxis, todos baratísimos.
Los extranjeros que se montan en los taxis se sorprenden al enterarse de que
también recogen a otros pasajeros. Yo, en cambio, estoy acostumbrado a estas
cosas, porque en Maracaibo, existe el insólito sistema de carritos por puestos: carcachas andantes (y contaminantes) que
sirven como taxis que llevan a cinco pasajeros.
En una ocasión, se
montó en el taxi un marshalés, y me pregunto de dónde era. Al responderle, el
marshalés me dijo algunas palabras español, buscando ser mi amigo. En general,
los marshaleses son gente reservada pero muy amigable. A medida que fuimos
conversando, el marshalés me contaba que él era barman, y que a su bar, había
ido un piloto de Venezuela. Yo supuse que se trataba del piloto colombiano. No
me molesté con el error geográfico del marshalés, pues unos meses antes de
venir a las Islas Marshall, yo ni siquiera sabía que ese país existía.
Me contaba el barman
marshalés que el piloto estaba buscando mujeres. Pero, me advirtió que la
prostitución en las Islas Marshall no está fácilmente a la vista. Yo he
recorrido bastante la isla de noche, y aún no me he encontrado a la primera
chica abiertamente ejerciendo el antiguo oficio. Con todo, como en cualquier
sociedad, en las Islas Marshall hay prostitutas. Pero, el influjo misionero en
Micronesia ha propiciado una considerable represión sexual.
En Polinesia
ciertamente hubo mayor laxitud en asuntos sexuales. Los marineros del capitán
Cook hicieron de las suyas con las hawaianas, y Diderot describía cómo los
tahitianos llevaban una vida sexual libre de las represiones obsesivas de
Occidente. Margaret Mead también escribió un famoso libro, Sexo y adolescencia en Samoa, en el cual narraba la libre y feliz
vida sexual de los isleños. Luego se descubrió que Mead había fraudulentamente
inventado toda aquella fantasía de paraísos sexuales.
Pero, el hecho es que
en Micronesia, las cosas son distintas. Las mujeres acá llevan faldas largas,
muy parecidas a las de las mujeres evangélicas que cada vez se ven más en
Maracaibo. En Micronesia queda poco de la cultura pre-cristiana, en buena
medida porque los misioneros se encargaron de borrar el legado cultural. En ese
sentido, Micronesia es una región bastante religiosa. Los misioneros protestantes
empezaron a llegar a Micronesia a finales del siglo XIX, y extrañamente, el
tipo de cristianismo que se asentó (y que en buena medida perdura hasta hoy) es
el de la rigurosa moral victoriana.
Ésa no
es la imagen, por supuesto, que tiene el consumidor de televisión en los países
occidentales. Ese ser idiotizado por ver tanta telebasura, seguramente creerá
que Micronesia son islas paradisíacas, al estilo de la Laguna azul, donde la gente corre desnuda dispuesta a tener sexo. Y,
para colmo, el hecho de que el traje de baño de dos piezas se llame bikini, podrá formar la idea de que, en
las Islas Marshall, hay sexo a lo bestia. Pues, el bañador lleva ese nombre, en
honor de Bikini, una isla en las Islas Marshall.
Pero, el
bañador se llama así, no porque en esa playa haya mucho sexo, sino porque, en
el momento en que se diseñaba ese traje de baño, el ejército de EE.UU. hacía unas devastadoras pruebas
nucleares en ese lugar. Sospecho (pero no he podido confirmarlo), que a los marshaleses
no les hace mucha gracia que el sufrimiento en la isla de Bikini se trivialice
asociándolo con un producto de consumo masivo como el bikini; y supongo que
tampoco les hará gracia que el nombre de esa isla se asocie con libertinaje
sexual, cuando precisamente, los marshaleses son bastante recatados en asuntos
sexuales.
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