Majuro es un lugar espantoso, pero lo estoy
disfrutando, porque me permite alejarme de dos cosas que mortifican a cualquier
maracucho: la inseguridad y las colas. Como el sapo que es cocinado con agua
tibia hasta morir, los venezolanos hemos ido paulatinamente aceptado más y más
colas, sin darnos cuenta del incremento (al principio la cola era sólo cola
para papel toilette, ahora es para cauchos, baterías, carne, pollo, leche,
harina, tomates, cebollas… en fin, para todo).
Las
Islas Marshall no han sido declaradas un territorio libre de analfabetismo por
la Unesco, pero sí es territorio libre de colas, y puesto que ya yo sé leer,
estoy muy contento en un país con analfabetismo pero sin colas. Por eso, mi
sorpresa fue enorme cuando un sábado en la mañana, vi unas colas de gente
apiñada en torno a unas mesas. En esas colas, había bastante gente de países
occidentales.
La
cola era para comprar comida. Unos amigos que estaban en la cola me preguntaron
si yo compraría de esa comida; les expliqué mi trauma con la cultura de las
colas en Venezuela, pero no estoy seguro de que comprendieron a cabalidad el
impacto psicológico que una cola tiene en un venezolano. En fin, yo les
pregunté que qué tenía de especial esa comida. Me decían que es fresca y no
enlatada. Los campesinos de Laura la traen a Majuro.
Me
pareció una opción razonable. La comida enlatada es un serio problema para la
salud de los marshaleses. Pero, lo que me pareció extraño es que, en los dos
supermercados grandes que hay en Majuro, ahí también venden comida fresca, y no
hay ninguna necesidad de hacer cola (además, hay aire acondicionado, música
agradable, ¡y el inmenso placer de ver los anaqueles llenos!).
Algunos me dijeron
que el precio de la comida de los campesinos de Laura es más barato. Pero, pude
constatar que eso es falso. Empecé a sospechar que muchos de los que hacen esa
cola (en su mayoría extranjeros), han sido invadidos por ese virus mental
progre que pregona que hay que comer sólo cosas producidas localmente, porque
la globalización es mala, y bla bla bla. La Biblia de esta colosal estupidez es
The 100 Mile Diet (La dieta de las cien millas), escrito
por Alisa Smith y J.B. MacKinnon. Los autores proponen consumir productos sólo
producidos en un radio de cien millas alrededor del consumidor. Esos imbéciles
morirían de hambre en las Islas Marshall, un país geográficamente muy aislado.
Las Islas Marshall
es un imán de progres ecologistas que vienen de países desarrollados a hacer su
catarsis sobre los males de la industrialización y lo hermoso que es ir en
guayuco; en realidad, esa furia hippie sólo
les dura algún tiempo, pues la abrumadora mayoría, regresa a sus países. Querer
ser nativo en una isla remota es muy lindo, cuando sólo tienes esa aventura por
un par de años. Los marshaleses, en cambio, quienes sí tienen que pasar
permanentemente por las penurias de vivir en un paisito, están más bien
desesperados por salir del supuesto paraíso terrenal.
El gobierno de las
Islas Marshall quiere promoverse como un gran promotor del ecologismo. Las
paredes de mi oficina, por ejemplo, están decoradas con pinturas de tortugas, y
aguas muy cristalinas. Basta caminar apenas cincuenta metros desde mi oficina,
no obstante, para encontrar una playa llena de basura y ratas. Es comprensible
la preocupación ecológica del gobierno marshalés. Las Islas Marshall, con un
relieve tan bajo, están amenazadas por el calentamiento global:
apocalípticamente se anuncia que, en cuarenta años, este país dejará de
existir, porque el crecimiento de las aguas se lo llevará. Yo no soy uno de esos
trogloditas que niega el calentamiento global, pero no confío mucho en esos
anuncios apocalípticos respecto a estos paisitos del Pacífico.
En todo caso, los
propios gobiernos marshaleses han sido bastante hipócritas. En otra ocasión he
mencionado el caso de Christopher Loeak, un antiguo presidente que frecuentemente
hacía discursos alertando sobre el calentamiento global, pero que no tuvo
reparos en aceptar pagos de EE.UU. para que las Islas Marshall fueran depósito
de basura industrial, argumentando que ya el país está bastante contaminado,
así que no viene mal aceptar unos dolaritos de más por un poco más de basura.
Demás está decir que la corrupción en las Islas Marshall es notoria, y que ese
dinero seguramente no fue adonde realmente debió ir.
He compartido en
alguna ocasión con la hija de la actual presidenta, Hilda Heine. Es una
muchacha americanizada bastante culta. Ha viajado mucho por el mundo entero
advirtiendo sobre el calentamiento global, y en sus conversaciones, es el
primer tema que siempre saca a relucir. Pero, se traslada en carro hasta
distancias que perfectamente pueden hacerse caminando. Eso no le impide
cacarear contra los combustibles fósiles. Tiene, además, tremendo I-Phone, pero
no parece sentir mucha perturbación por la explotación del coltán en África, y
el uso de esclavos para ese propósito.
En fin, estoy
consciente de que estoy argumentando como un populista que señala la hipocresía
de algún activista. El hecho de que haya ecologistas que usan carros en vez de
bicicletas, no esconde el hecho de que, en efecto, el calentamiento global es
un problema, y que algo hay que hacer al respecto.
Pero, lo que sí me
causa coraje, es ver cómo los ecologistas pasan, de preocupaciones legítimas,
como el calentamiento global, a estúpidamente oponerse a los transgénicos. Y,
en efecto, los progres ecologistas que vienen a las Islas Marshall, encajan
perfectamente ese perfil. Mientras estaban en la cola de la comida, varios amigos
me decían que estaban dispuestos a pagar más y a aguantar calor y cola, con tal
de comer la comida orgánica de los campesinos de Laura. Le tienen pánico a los
transgénicos. La comida fresca del supermercado, en su mayoría viene de Guam,
un territorio que sí permite transgénicos. En las Islas Marshall, en cambio, el
cultivo de transgénicos está prohibido.
Yo no logro
entender el temor a la comida genéticamente modificada. Hace diez mil años, en
la Creciente Fértil, a un tipo se le ocurrió domesticar algunas variedades de
animales y vegetales. Ahí empezó la tecnología genética. ¿Por qué diablos
debemos detenernos ahora? ¿Por qué hemos de oponernos a una tecnología que
tiene unos controles muy rigurosos, y que es capaz de aumentar significativamente
la eficiencia de la producción agrícola mundial? El calentamiento global es en
parte causado por la deforestación. Precisamente, una de las enormes ventajas
de los transgénicos es que, al hacer la producción agrícola mucho más
eficiente, no hay necesidad de deforestar bosques para aumentar la producción. Y,
en un país como las Islas Marshall, donde no hay espacio para casi nada (¡la
gente entierra a sus muertos en los propios jardines de sus casas!), el uso de
semillas de transgénicos sería una opción muy favorable para aumentar la
productividad agrícola en un espacio tan reducido. El progre, no obstante,
prefiere cacarear sobre el calentamiento global, y a la vez oponerse a los
transgénicos, porque asume que ambas posturas forman parte de un mismo paquete
ideológico.
La diabetes es un
serio problema en las Islas Marshall, y todo el Pacífico en general. Pero, esta
enfermedad no es una condena de muerte, si se administra insulina a los
pacientes. ¿Cómo se produce insulina en masa? A través de una bacteria que se
le ha insertado un gen humano; es decir, un transgénico. ¿Prefieren estos
progres que los marshaleses mueran de diabetes?
Las condiciones
sanitarias de las Islas Marshall han propiciado algunos brotes de enfermedades
contagiosas, especialmente la tuberculosis. No es fácil disponer de heces, y
muchas veces, el excremento termina en la laguna. Las heces portan la bacteria Escherichia coli, y fácilmente esta
bacteria puede terminar en la comida, causando graves epidemias. Hay comida
transgénica que ha sido diseñada para resistir a esta bacteria. Los brotes de E coli que ha habido en Europa, ocurren
precisamente con alimentos orgánicos. El progre occidental que viene a rescatar
tortugas, prefiere ver morir a los marshaleses infectados por la mierda en la
comida, antes de que siembren transgénicos.
El único argumento
remotamente razonable que yo puedo considerar para oponerse a los transgénicos,
es el hecho de que las grandes compañías como Monsanto, desplacen a los
campesinos de Laura, y estos pobres diablos se queden sin nada que producir,
pues obviamente, su comida orgánica jamás podrá competir con la transgénica en
el mercado. Pero, como bien decía Schumpeter, el capitalismo tiene una
destrucción creativa, y la marcha del progreso exige que, sencillamente,
aquello que es ineficiente debe transformarse o desaparecer. Si cada vez que
hay una innovación tecnológica, nos hubiésemos propuesto proteger a quienes
usaban la tecnología más arcaica, no habríamos salido nunca de las cavernas. En
todo caso, yo no creo que el capitalismo sea un juego de suma cero. Si los
campesinos de Laura empezaran a comprar semillas a Monsanto, ellos mismos
aumentarían su propia producción, y todos ganarían.
Someramente he
expuesto estas ideas a algunos de los amigos que estaban haciendo la cola para
comprar comida orgánica. Pero, no entran balas en sus cabezotas. ¿Venir al culo
del mundo a salvar tortugas, y a la vez comer transgénicos? Eso no sería hípster (sí es muy hípster, en cambio, consumir Macintosh, aun si un negrito en
Burundi tuvo que extraer el coltán con sus propias manos). Afortunadamente, una
larga lista de ganadores de Premios Nóbel en asuntos científicos, ha firmado
una declaración de respaldo a los transgénicos. Pero, no confío mucho en que
los progres ecologistas sigan el criterio de los que realmente saben, pues esa
gente no es cool.
"Puesto que ya yo sé leer, estoy muy contento en un país con analfabetismo pero sin colas"
ResponderEliminarUno piensa entonces en anaqueles llenos de libros en un país en los que no hay colas en las bibliotecas.
En España también tenemos que "la energía es cada vez mas abundante" aunque la pobreza energética se lleve por delante al abuelo de unas toses cuando aprieta el frío. Pero no es destrucción de la demanda eliminando demandantes, es la "magia de la mano invisible del mercado".
"Progres ecologistas" que hacen colas para comprar alimentos de corto recorrido, podemos preguntar ¿por qué está fijación con la ecología y los ecologistas? Pues porque la ecología está basada en la termodinámica mientras la economía, como este artículo, se basa en preferencias humanas y teleológicas. La ecología es ciencia, la economía no lo es. Por eso la economía trata de interferir en la ciencia, intenta ridiculizar y desacreditar al ecologismo porque la economía no tiene la solidez de los principios ecológicos termodinámicos.
Podríamos hablar de la falacia del buen pirómano. Ocurre con frecuencia en los incendios forestales provocados, que el pirómano aparece como ciudadano responsable a apagar el incendio, quizá porque de esa manera también justifica su presencia en la zona. Así los transgénicos se nos presentan como el milagro y la "ayuda" que sería un crimen rechazar, cuando la agricultura industrial está en la génesis de los problemas mas graves de la agricultura actual como el cambio climático, su bajísima TRE o su dependencia 100% de los combustibles fósiles.
En cuanto al modelo económico, eufemismos como "destrucción creativa" del capitalismo para referirse a los "genocidios del dejar hacer", despojan al autor de autoridad moral para rechazar que esa "destrucción creativa" sea aplicada sobre su persona.
1. Mi frase sobre saber leer es obviamente humorística. Lamento que no tengas ese sentido del humor.
Eliminar2. Mi "fijación" con los ecologistas se debe, sencillamente, al hecho de que son irracionales. Pues, en su espeño por ir en el "camino a Gaia", toman decisiones irracionales.
3. La ecología como ciencia ciertamente está basada en la termodinámica; yo no critico a la ciencia de la ecología, yo critico a los grupos ecologistas que hacen caso omiso a la ciencia de la ecología. Ciencia ecológica y ecologismo son dos cosas muy distintas.
4. Es falso que la agricultura indutrial está en la génesis de los problemas actuales más graves. Como menciono en en blog (pareces no haberlo leído), la agricultura orgánica contribuye mucho más al calentamiento global, en la medida en que exige deforestar más, pues no es lo suficientemente eficiente y no es capaz de maximizar los espacios que tiene.
5. La destrucción creativa no es ningún eufemismo. Es un concepto que se remonta a Schumpeter; sugiero lo leas. Esa destrucción sólo se refiere a la eliminación de antiguas formas de vivir; de ningún modo es un genocidio.
1.- El humor no tiene por qué ser sinónimo de desconsideración.
Eliminar2.- Falacias ad hominen no hablan tanto de quienes son objetivos de las mismas, como de quienes se ejercitan en ellas. Por cierto, desde que descubrí como un simple nick puede ayudar a detectar prejuicios en quienes se proclaman inmunes a ellos, le he cogido cariño.
3.- Toda ciencia está abierta a la crítica. No hay ningún problema en criticar la ecología, así avanza la ciencia. Otra cosa es hacerlo de forma solapada valiendose del uso de hombres de paja. La ecología es ciencia, el ecologismo es política. La economía no es ciencia y el capitalismo ideología dominante. No todos los ecologistas han estudiado ecología, pero aplicar las leyes de la termodinámica es bastante intuitivo. Los recursos no renovables terminan declinando y los recursos renovables que se usan a una velocidad mayor que su tasa de renovación se convierten de hecho en no renovables. Así pues, todo en ecologísmo es una cuestión de escalas de tiempo. La energía nuclear es barata y segura. Solo si no tenemos en cuenta el coste de gestionar los resíduos en los miles de años que pueden tardar en degradarse. Y si, eso implica plantearse la actividad económica y cultural a largo plazo. Supongo que esa "irracionalidad" puede demostrarse, de la misma manera que si observamos la Luna en un plazo lo suficientemente corto y con precisiones bajas, podemos "demostrar" que está quieta en el firmamento.
4.- ¿Quién está desforestando la amazonia, los cultivos de soja destinados a ganado o la agricultura orgánica? Si los recursos renovables, como por ejemplo el suelo, se explotan con tanta eficiencia que no permiten su renovación, entonces podemos medir como declinan y se degradan como un recurso no renovable. Ni la agricultura orgánica, ni ecológica, ni industrial son sostenibles mientras se usen para sostener un modelo económico que no lo es. Es algo así como subirse en un bote salvavidas manteniéndolo amarrado al Titanic... ¡y decir que la culpa del naufragio es del bote salvavidas!.
La agricultura orgánica ha sido sostenible durante miles de años. La agricultura industrial actual sin embargo, tiene una dependencia casi total, de los combustibles fósiles, que a su vez son un recurso no renovable. No cierra los ciclos de nutrientes y para colmo tiene una tasa de retorno energético imposible de sostener sin esos combustibles fósiles.
https://caminoagaia.blogspot.com.es/2016/07/el-timo-de-la-revolucion-verde-las.html
5.- Un eufemismo es un eufemismo, lo diga Agamenón o su porquero. Cuando las diferentes culturas prehíspánicas desaparecieron ¿qué ocurrió con sus miembros, con sus pobladores originales?