Supuestamente, los viernes son días
tristes. La piedad cristiana conmemora que Jesús murió un viernes, y en países
cristianos muy tradicionales, antaño había un aire de tristeza los viernes. El
capitalismo, por supuesto, arrasó con eso. Thank
God It’s Friday, reza un eslogan publicitario que es frecuentemente
utilizado por varias franquicias comerciales. El viernes es cada vez más día de
fiesta y de consumo; no de llantos y vía
crucis.
En Majuro, como en cualquier ciudad
occidentalizada o en vías de occidentalización, los viernes en la noche son
agitados. Al atardecer, yo suelo ir al bar del hotel de Majuro (el Marshall
Islands Resort; hay otro hotel, el Robert Reimers, pero no es muy frecuentado),
donde se reúnen colegas y amigos, la mayoría occidentales. No hay plena
integración entre occidentales y marshaleses, pero las relaciones son
cordiales. En un país tan chiquito como las Islas Marshall, es imposible
atrincherarse en una villa cerrada y evitar el contacto con la gente local.
A pesar de que el techo es de zinc
(y por ello recuerda un poco a un rancho en Maracaibo), el bar del hotel tiene
un ambiente agradable, con una bonita vista a la laguna. Ahí disfruto hablar
con amigos gringos y de otros países, aunque ya el temita del triunfo de Trump
me fastidia un poco. Yo suelo quedarme hasta que llega un marshalés con su
piano, y empieza a cantar a todo volumen.
En matrimonios y fiestas de quince años en Maracaibo,
siempre suplico a los músicos que canten y toquen a un nivel lo suficientemente
bajo como para permitir una conversación, pero nunca me hacen caso. El venir a
Majuro no me ha permitido alejarme de eso. Acá, los músicos también desprecian
el placer de la conversación, y también tocan su música a todo volumen. En
clase, un marshalés es incapaz de responder a una pregunta que haga un
profesor, pero cuando se trata de cantar y tocar música, no son nada tímidos.
En fin, puesto que cuando llega el músico se acaba la
conversación, yo aprovecho para irme del bar. Pero, en al menos dos ocasiones,
cuando he llegado a mi casa un viernes en la noche, no hay electricidad. Mi
apartamento es terriblemente caluroso, y sin aire acondicionado o ventilador,
he tenido que salir a explorar más la isla, ya de noche.
En una de esas exploraciones de viernes en la noche, entré
a la mezquita de Majuro. Como todo lo de las Islas Marshall, es simplona y
precaria. Es una casita, con muchos perros sarnosos en el patio, y niños
descalzos corriendo y jugando con esos perros, como si fuera Lassie.
La mezquita tiene dos pequeños minaretes, y si no
fuera por esos minaretes, perfectamente podría ser una de esas taguaras
maracuchas mal iluminadas. Yo conocía al imam
de la mezquita, pues él en una ocasión había visitado la universidad donde
imparto clases. Es un canadiense de origen pakistaní. Me recibió con mucha
amabilidad, y me llevó a una habitación donde había tres imam más, también canadienses (y un neoyorquino) de origen
pakistaní. La mezquita estaba sin electricidad, pero la habitación tenía una
temperatura agradable, gracias a un aire acondicionado split, que funciona con energía solar. La cataleta que los
marshaleses suelen armar con el tema del calentamiento global puede llegar a
fastidiar, pero no estaría mal imitarlos en colocar paneles solares para que,
cuando la iguana o el zamuro enviado por la CIA tumbe la electricidad en
Maracaibo, al menos no nos achicharremos de calor.
Empezamos a hablar del Islam en las Islas Marshall.
Estos imam son de la secta ahmadiya. Este grupo se remonta a la
India de finales del siglo XIX, cuando un tal Mirza Ghulam Ahmad se proclamó
como el mahdi (algo así como un
mesías musulmán), a la vez que se consideró una manifestación de Cristo; desde
entonces, han asumido una intensa actividad misionera en muchos países (me
aseguran que en Venezuela hay misioneros; yo aún no he visto al primero).
La secta ahmadiya ha sido brutalmente perseguida en
Pakistán, y también hay mucha hostilidad contra ella en el mundo árabe. No se
sabe cuántos seguidores de esta secta hay en el mundo; los imam me decían que hay decenas de millones, pero según he
consultado, esa cifra es probablemente muy inflada. Por ese motivo, no confío
mucho cuando me dicen que en las Islas Marshall han logrado convertir a más o
menos doscientas personas… yo creo que ni los wahabíes saudíes de Caracas, con todos
los petrodólares que han invertido en su majestuosa mezquita, han logrado
convertir a tanta gente.
El imam neoyorquino se extendió hablándome sobre
Jesús, y la creencia ahmadi, según la cual Jesús no murió en la cruz, sino que
sobrevivió y fue a Cachemira, donde está enterrado. He oído este cuento antes;
de hecho, le dedico alguna atención en mi libro, Jesucristo ¡vaya timo! No tuve ánimo de entrar en controversia, y
sencillamente me limité a escuchar al imam
y sonreír. Pero, demás está decir que esa creencia (que de ningún modo es
exclusiva u original de los ahmadis) me resulta disparatada. Es prácticamente
imposible que los romanos hubieran permitido bajar a Jesús vivo de la cruz, o
que un crucificado pudiera haber salido de un sepulcro tapado con una roca
inmensa. Pero, por otra parte, esa creencia de los ahmadis me parece mucho más
razonable que la creencia cristiana según la cual, Jesús murió y resucitó al
tercer día.
En fin, en vista de que su versión sobre el paradero
de Jesús es menos milagrosa que la tradicional creencia cristiana, el imam neoyorquino me insistía mucho en
que la secta ahmadi es muy amigable con la ciencia. Ciertamente, en el mundo
musulmán, los ahmadis son de los grupos más modernos y menos fanatizados. Pero,
al menos con estos imam, descubrí que
están muy lejos de una mentalidad científica solvente. Les pregunté, por
ejemplo, si ellos aceptaban la evolución, y me respondieron que sí, pero no que
el “hombre viniera del mono”, porque, ¿cómo un chimpancé puede tener un hijo
humano? Esto demuestra que, en realidad, no entienden la teoría darwinista,
pues nunca los teóricos de la evolución han propuesto semejante tontería.
Luego, otro imam
me decía que la evolución es “sólo una teoría”, pues nunca ha sido
demostrada. Esto es un argumento típico entre los creacionistas evangélicos. Si
los ahmadis quieren cultivar una imagen de gente moderna y abierta a la
ciencia, no deberían estar repitiendo las sandeces de gringos (probablemente
gente que votó por Trump) que creen que el hombre coexistió con los
dinosaurios.
Pero, más allá de esto, lo cierto es que, ante el
surgimiento del Estado Islámico en Irak y Siria, y la extensión de los
tentáculos del fanatismo wahabí en el mundo entero, Occidente debería ver a los
ahmadis como unos aliados interesantes para contener el peligro del yihadismo.
Desde el mismo momento en que aparecieron como secta, los ahmadis se
caracterizaron por censurar la interpretación violenta del concepto de yihad.
En mi libro El islam ¡vaya timo!,
postulé que es iluso pretender que más de mil millones de musulmanes abandonen
su religión; propuse como algo más razonable que, desde Occidente, se promuevan
grupos musulmanes reformistas que contengan el fanatismo. Los ahmadis
ciertamente califican como uno de esos grupos reformistas. Lamentablemente, el
triunfo de un troglodita como Trump propiciará que los rednecks de EE.UU. metan a todos los musulmanes en un mismo saco, y
no alcancen a ver las importantes diferencias entre cada grupo musulmán, y cómo
se pueden usar favorablemente esas diferencias para detener la amenaza
fundamentalista.
Era ya tarde el viernes en la noche, pero la
electricidad no regresaba, y yo no quería ir a mi caluroso apartamento. Así
que, pregunté a los imam si podía
quedarme en la mezquita hasta que volviera la electricidad. No sólo me dijeron
que sí, sino que además, me invitaron a cenar en su apartamento, en el piso de
arriba. Supongo que estaban deseosos de hablar con alguien sobre su religión,
pues según ellos mismos me contaban, los que se han convertido al Islam en Majuro
no hablan (¿qué otra cosa cabría esperar?, ¡son marshaleses!).
La cena no fue nada del otro mundo, pero fiel a sus
orígenes pakistaníes, los imam la
condimentaron al estilo indio. Y, como en la famosa novela de Proust, el sabor
de una comida puede evocar poderosos recuerdos. El sabor de esa comida evocó en
mí el recuerdo de Delhi, Agra, y mi visita al Taj Mahal hace un par de años,
una experiencia que disfruté mucho. Y, al comer con unos tipos que parecían
unos matemáticos del MIT que hablan inglés sin que casi nadie los entienda, me
sentí auténticamente en un restaurante indio… no como un restaurante
vegetariano que a veces frecuento en Maracaibo, donde me recibe un colombiano
hare krishna vestido con harapos supuestamente de la India, y que sirve comida
que, en realidad, parece más comprada en Bicentenario.
Como postre, uno de los imam sacó unas galletas Oreo. En Maracaibo, yo suelo pelear con mi
esposa y mi madre por esas malditas galletas. Yo aborrezco a los progres y sus
teorías conspiranoicas, pero en el caso de las Oreo, sí creo que son un invento
de la CIA para envenenar al Tercer Mundo: esas diabólicas galletas han de tener
un componente adictivo, pues para mí es imposible comer sólo una. Yo no consumo
esas galletas como el monstruo simpático de Plaza Sésamo: las consumo más
bien del mismo modo en que Diomedes Díaz se metía cocaína antes de un concierto.
Por eso, yo pido a mi esposa que no compre esa mierda,
pues es como comprarle bebida a un alcohólico. Mi esposa, igual que mi madre,
siempre chantajean diciéndome que compran eso para mis hijas, y mi esposa me
promete que ella se encargará de esconderlas para que yo no las coma. Pero, en
mis momentos de desesperación, siempre encuentro ese excremento que va directo
a mi boca.
Afortunadamente, en Majuro, las Oreo son carísimas. Y,
mi adicción aún no ha afectado mi racionalidad económica. No estoy dispuesto a
comprar un paquete de Oreo en Majuro, con un tercio de mi sueldo como profesor
universitario en Venezuela. Pero, además de enviar pestes, terremotos y
guerras, Dios puso en la Tierra a los chinos, para completar la devastación. Y,
esta miserable raza, además de piratear carteras de Louis Vuitton, ahora también
piratea Oreos con precios baratísimos. En Majuro, ningún comercio vende Oreo piratas, excepto las
tiendas de chinos.
Cuando el imam sacó
las galletas diciendo que eran las Oreo baratas, me asusté. Pues, con Oreo piratas,
ahora los chinos cultivarían en mí la misma adicción que los británicos
cultivaron en China en el siglo XIX, durante las guerras del opio. Sería la venganza de Fu Man Chu. Afortunadamente,
Dios aprieta pero no ahorca: el Altísimo puso en la Tierra a los chinos para
producir mercancía pirateada, pero al menos en el caso de las Oreo, ni por
asomo se acercan a la original gringa. El empaque es lo más destacado: podría
engañar a un incauto. Pero, el sabor de la galleta está muy lejos del poder
adictivo de la galleta gringa. Los chinos, que se queden con sus lumpias y sus chop suey (admito que pueden ser
sabrosos, pero sólo si se tiene mucha hambre); pero cuando se trata de galletas
de chocolate, ¡zapatero a su zapato!: nunca los gringos serán vencidos.
Muy bueno tu escrito. Me reí muchísimo. Los seguidores de la secta Ahmadiyya son verdaderamente varios millones, según wiki, entre diez y veinte. Pero inclusive si son menos de diez, son muchos. De hecho, se calcula que en Pakistán puede haber tres o cuatro, y en África, sobre todo en dos países, Nigeria y Kenia, son más de un millón en cada uno. En África han hecho mucho proselitismo. Veo mucho de bueno en esa secta, y es lamentable que un gran número de los otros musulmanes los acosen y persigan y hasta los maten y destruyan sus mezquitas. El lema que tienen, "Amor hacia todos, odio hacia nadie", así sea solo una declaración de intenciones, creo que es elocuente. Mirza Ghulam Ahmad también hacía profecías, y profetizó la muerte de sus enemigos con tanta puntualidad y exactitud, que el gobierno británico le prohibió que siguiera profetizando. Saludos, y feliz estancia en Majuro, a pesar de las "Olios".
ResponderEliminarEn efecto, yo estoy empezando a descubrir que los ahmadis son de los grupos más odiados en el Islam, pues cuando le pregunté a una amiga musulmana jordano-venezolana sobre los ahmadis, me habló pestes.
EliminarSería bueno hacer nicromancia y consultar a Mirza Ghulam Ahmad, a ver cuándo estira la pata el Toripollo, y sale de nuevo el sol en la patria de Bolívar...
Saludos, Gabriel. Espero que te encuentres bien (claro, en la medida que eso sea posible en Majuro, por todo lo que escribes). In passim, sólo quería decirte que me extrañó la respuesta que me diste en tu otro blog, cuando te compartía unos comentarios sobre el tema de las cenizas y la resurrección. En tu respuesta, te expresaste con unos estereotipos sexistas y hasta obscenos. Te recomendaría no utilizarlos si te comunicaras con panameños, en especial, panameñas. Podrías ofenderles.
ResponderEliminarPor lo demás, y esto es lo más me interesa de este mensaje, tengo mucha curiosidad por lo siguiente: ¿cómo o por qué te fuiste a Majuro? ¿Por necesidad económica? Si fue así, no entiendo. Por lo que escribes de tu familia (tus padres de vacaciones en Francia, tus estudios en EEUU, tu hija mayor en un colegio privado), supongo que tu status socioeconómico es medio-alto, a pesar de los bajos salarios que puedas recibir como profesor en la U de Zulia ¿Tan mal es tu situación en Venezuela? Me resulta difícil creerlo. Me parece que con tu acreditación y producción universitaria podrías estar enseñando en cualquier universidad norteamericana o inglesa como Adjunt o Visiting professor, recibiendo un salario de al menos USD 2,000.00 por mes, en un bello y reconfortante campus universitario, con todas las comodidades y facilidades de una ciudad universitaria de primer mundo, aún si no está dentro de ningún ranking ¿Por que ir a sufrir (y tan lejos), Gabriel? ¿Te fuiste a Majuro más por una "aventura de antropólogo" que por razones económicas? Aunque no he terminado de leer todas tus entradas, cada vez entiendo menos por qué fuiste a parar allá? Asumo que sólo estarás allá por un semestre, ¿correcto? Todo lo que has escrito - aunque siempre interesante, instructivo y divertido - no me hace comprender el por qué no has podido hacer otra elección, en cuanto a un lugar para enseñar y/o ganar algo más de dinero. Ojalá tengas el tiempo y te interese responder a esto. En verdad, que me causa mucha curiosidad. De nuevo, saludos y que estés bien.