Si no
fuera por Chávez, las canciones de Alí Primera serían para mí más tolerables.
Pero, puesto que por más de quince años nos la han metido hasta en la sopa, es
inevitable repudiarlas, aun si es justo admitir que Primera tenía un
indiscutible talento. Uno de sus versos dice así: “Usted no me lo va a creer/pero
hay escuelas de perros/y les dan educación/para que no muerdan los diarios/pero
el patrón hace muchos años que está mordiendo al obrero”.
En las
Islas Marshall hay muchos patrones mordiendo a los obreros, pero
definitivamente tales escuelas caninas para que los perros no muerdan a la
gente, no existen. En Majuro, hay una enorme población de perros callejeros. Y,
así como Alí Primera supo detectar que las diferencias de clase se expresan
incluso en los perros, no se requiere de un gran genio sociológico como para
comprender que una abundante población de perros callejeros es un signo
inconfundible de tercermundismo. He visitado países pobres y países ricos. Nunca
vi en Luxemburgo, Washington o París manadas de perros callejeros. Sí los he
visto mucho, en cambio, en Nueva Delhi, Maracaibo, Barranquilla, y ahora, Majuro.
Es inevitable caminar
por cualquier calle de Majuro, y que estos perros salgan a la vista. Son
prácticamente una plaga. Varios amigos me han advertido que, en mis caminatas,
debo siempre andar con un palo para tratar de ahuyentarlos. A decir verdad,
estos consejos vienen más de extranjeros que de los propios marshaleses. Y, en
vista de ello, en un principio yo supuse que el peligro de los perros es aún
otra exageración de los gringos catires que tienen dificultad en adaptarse a
vivir en un gran barrio, como lo es Majuro. Yo, un maracucho acostumbrado a
esquivar los perros callejeros del Paseo del Lago, no tendría problemas.
He descubierto que
los perros de Majuro en realidad sí son más agresivos que los de Maracaibo. Hasta
ahora, algunos se me han acercado en actitud combativa. La valentía no ha sido
una de mis virtudes, y en estos casos, he tenido que salir corriendo. Pero, eso
es precisamente lo que no se debe hacer cuando un perro callejero se acerca;
hay que más bien confrontarlos con dominio. Mi reacción instintiva ha sido
correr, pero tras cinco segundos, recupero la racionalidad y los enfrento.
¿Por qué los perros
de Majuro son más agresivos? No lo sé. Pero, sospecho que, del mismo modo en
que Alí Primera alcanzó a ver que las relaciones en las sociedades caninas son
reflejo de las relaciones en las sociedades humanas, la mayor o menor agresividad
de una población de perros, lo mismo que en los humanos, está sujeta a una
combinación de genes e influencia ambiental. En Maracaibo hay razas de perros
domesticados, criados selectivamente para la docilidad. Supongo que, en vista
de que en ocasiones los perros refinados impregnan a las perras callejeras,
algunos de esos genes para la docilidad han menguado los genes de agresividad
en los perros callejeros marabinos.
En cambio, en Majuro
no hay ningún perro de raza refinada. Acá no hay una mayor proporción de genes
para la docilidad. La mayoría de los perros de Majuro no tienen dueño, y los
perros tienen que sobrevivir por cuenta propia. Las difíciles condiciones de
vida en las Islas Marshall inciden tanto sobre los humanos como sobre los
caninos, y en ese sentido, sospecho que la selección natural ha favorecido a
perros no necesariamente más agresivos, pero sí más resueltos a la hora de
buscar alimentos y enfrentarse a posibles competidores.
Un amigo
norteamericano se trajo desde su país a su pitbull. Me contaba que los
funcionarios locales le advirtieron que los permisos para traerse al perro
serían difíciles de conseguir, pero él descubrió que, al llegar, todo fluyó
fácilmente. Los gringos tienen esa extraña relación con los perros: no se
conmueven mucho por las guerras que hace su gobierno, pero son capaces de
quebrarse en lágrimas al ver a un perro sucio en la televisión.
De hecho,
recientemente una gringa estuvo por estos lares, en una misión humanitaria para
aliviar el supuesto sufrimiento de los perros de Majuro (acá). No sé si esa
gringa sabrá que en Bikini el Tío Sam hizo unas pruebas nucleares brutales que
afectaron a mucha gente, pero lo que sí es cierto, es que esa gringa no vino a atender
a las víctimas de la radiación, sino a cuidar a los perros. Llámenme insensible
si quieren, pero los perros que yo veo en Majuro están muy contentos con su
agresividad callejera, y no necesitan ninguna atención de ningún gringo.
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