jueves, 29 de septiembre de 2016

Recordando a Aurorita y conociendo sobre Filipinas

            Un año antes de que yo viniera a la República de las Islas Marshall, mi abuela Aurorita había muerto en Maracaibo. A pesar de que estaba bastante avanzada en edad, su muerte me afectó bastante, porque siempre fui muy cercano a ella, y en su último año de vida, mis padres no vivían en Maracaibo, de forma tal que mi primo Pepe Luis y yo nos encargábamos de atenderla.
            Aurorita a veces asumía actitudes pasivo-agresivas, y tenía muchos prejuicios étnicos típicos del colonialismo europeo. Pero, yo me deleitaba escuchando sus cuentos. En cualquier conversación, hablaba de Filipinas, su país de origen (aunque, por supuesto, como solía ocurrir en el colonialismo europeo en Asia, Aurorita jamás se sintió filipina, ni compenetrada con la cultura local asiática). Para mí, Filipinas siempre fue un país del cual yo tenía referencias lejanas por las conversaciones con mi abuela, pero mi interés nunca fue más allá.

            En varios aspectos, mi abuela era una persona muy crédula, y decía cosas basadas en estereotipos étnicos muy crudos. Por eso, cuando hablaba de Filipinas, me costaba creer algunas cosas. Por ejemplo, ella hablaba mucho de su temor a los “moros juramentados”. Yo pensaba que aquello era algo así como el temor a la Llorona o al Coco. Pero, estando en las Islas Marshall, y conociendo a muchos filipinos, he venido a descubrir que eso de los “moros juramentados” (y otras cosas que contaba mi abuela) es algo muy real.
            Filipinas fue colonizada por los españoles en el siglo XVI (el país se llama así en honor a Felipe II, quizás el rey más popular en el nacionalismo español, y de los que yo más desprecio en la historia de España). Un siglo antes, los cristianos expulsaron a los musulmanes en la Península Ibérica. En América, ya no tendrían que lidiar con los odiados musulmanes. Pero, en Filipinas, sí. Pues, al archipiélago filipino llegaron mercaderes musulmanes. Y, tarde o temprano, en muchos lugares del mundo, cristianos y musulmanes quieren matarse entre sí. Lo del choque de las civilizaciones no es nuevo. Pues bien, en Filipinas, hasta el día de hoy, hay conflictos entre la mayoría católica, y una minoría musulmana que quiere independencia.
            Los españoles llamaron “moros” a esos musulmanes. Y, en sus rituales de guerra, cuando uno de estos “moros” se juramentaba, acarreaba ataques suicidas. A ésos le temía mi abuela, y según me cuentan los filipinos de Majuro, ese temor sigue hoy, a raíz del auge yijadista.
            Mi abuela era simpatizante de Franco. Los franquistas siempre tuvieron la fantasía de que “España tiene vocación de imperio”. No pretendían reconquistar las colonias perdidas, pero sí fantaseaban con algo así como una Commonwealth española, con la Madre Patria a la cabeza. Filipinas, que se perdió en lo que ellos llaman “el desastre de 1898”, estaría incluida en esa vocación imperial.
            En América, tenemos una enfermiza relación ambivalente con España. La odiamos, pero nos resulta imposible desvincularnos de ella. Los filipinos, en cambio, no tienen ese complejo. Para ellos, España es algo muy lejano. Los españoles nunca poblaron Filipinas como lo hicieron en América, y así, la población nativa, con sus lenguas, nunca fue significativamente hispanizada. El chabacano, una lengua creole (es decir, mezcla de varias lenguas) reconocida en Filipinas, tiene una base en el español. Y, hasta la guerra de 1898, una élite de filipinos y mestizos hablaba español. Irónicamente, los primeros movimientos nacionalistas filipinos que se organizaron contra España, tomaron al castellano como lengua. Pero, cuando EE.UU. tomó las Filipinas, los gringos se esforzaron mucho en borrar la huella hispana, e impusieron el inglés a lo bestia (mi abuela aprendió primero el inglés, a pesar de ser hija de españoles). Medio siglo después, cuando ya Filipinas logró su independencia tras varias décadas de luchas muy sangrientas, el español estaba casi erradicado. Hoy queda en los filipinos una vaga noción de España y su lengua como algo del pasado, pero nada significativo.
            Lo poco que queda de hispano entre los filipinos son los nombres y apellidos. Curiosamente, hay muchos diminutivos: Juanito Fernández, Pedrito González, Marquitos Rodríguez. No he encontrado una explicación de este extraño fenómeno.
Quizás el rasgo hispano más persistente en Filipinas está en el catolicismo. Y, entre los filipinos de Majuro, eso sí es muy evidente. He visitado muchas iglesias en Majuro. La única iglesia católica de esta ciudad, está siempre repleta. Calculo que, cerca del 90% de los fieles en esas misas, son filipinos o personas de origen filipino. Los curas son todos filipinos. Y, esos curas no son como los sacerdotes latinoamericanos o españoles, que en este siglo XXI de acelerada secularización, son tímidos en su prédica. Estos curas filipinos sí asumen su oficio con intensidad. Un día, vi al cura principal de Majuro caminar hacia mi dirección, y levanté la mano para saludarme. El hombre, sin previo aviso, colocó su mano sobre mi cabeza, me bendijo, y siguió. El tipo aparentemente está desesperado por bendecir a cuanta alma se atraviese en su camino. Es raro ver este tipo de bendiciones no solicitadas en España o América.
            Otro día, por curiosidad entré en una escuela católica. Había ahí un grupo de fieles; la mitad eran de origen filipino. Iban a rezar. En las Islas Marshall hay una gran competencia entre sectas para atrapar fieles. Los filipinos me ofrecieron comida, con tal de que me quedara a rezar con ellos. Así lo hice. Al final, me percaté de que había en esa habitación una réplica de la famosísima Inmaculada Concepción de Murillo. Les pregunté si les gustaba Murillo. No sabían quién es Murillo. En efecto, los filipinos son muy católicos, pero ya muy poco hispanizados.

            Su gran referencia como poder imperial, por supuesto, es EE.UU. Y, no es para menos. Los gringos arrebataron Filipinas a España en 1898, pero en vez de conceder la independencia como se había prometido, la mantuvieron a sangre y fuego como colonia, hasta 1946.
Mis vecinos son filipinos; no tengo muchas quejas de ellos, pero a veces, en las noches, colocan música a un volumen molestoso. ¿Qué oyen? ¡Frank Sinatra! Varios días a la semana como en un restaurante de filipinos, si acaso a eso se le puede llamar “restaurante”. En realidad, es un ranchito con un ventilador, donde sirven arroz, tallarines y cerdo, y sólo ocasionalmente, pescado. La muchacha que me atiende habla el inglés con un acento muy pronunciado. Pero, todos los días tiene en la radio a Brittney Spears, y baila y canta en perfecto inglés mientras me sirve.
Según muchos expertos, Filipinas tiene un enorme potencial de desarrollo económico. Y, en efecto, los filipinos que he conocido en Majuro son personas muy calificadas. Con gente así de preparada, Filipinas puede ser una potencia. Pero, al mismo tiempo, me he sorprendido al encontrar simpatías políticas tremendamente autoritarias entre los filipinos que viven en las Islas Marshall. Varios me han hablado con simpatía de Rodrigo Duterte, el actual presidente que, en fechas recientes, ha estado en el ojo del huracán de varias organizaciones defensoras de derechos humanos, por sus abusos autoritarios en su lucha contra el narcotráfico. Más escandalosamente aún, varios me han dicho que respaldan que se honre a la memoria del brutal Ferdinand Marcos, llevando sus restos al panteón nacional. Los filipinos parecen tener buenas capacidades técnicas, pero no mucha vocación democrática.

¿Puede un país desarrollarse sin democracia? China parece demostrar que sí. Pero, yo no estoy muy seguro de que Filipinas, o cualquier otro país, pueda acumular prosperidad y óptimo desarrollo, sin un mínimo de vocación democrática. Creo que el ejemplo venezolano es suficiente prueba. Nuestra crisis no es meramente económica. Nuestro colapso no es debido a un precio bajo del petróleo, sino a un gobierno que, desde 1998, con la promesa de redistribuir la riqueza, destruyó la democracia.

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