lunes, 12 de septiembre de 2016

Sobre la diarrea y el canibalismo

            ¿Cómo se prepara uno para ir al culo del mundo? Pues muy sencillo: cuidando el culo, no del mundo, sino el propio. No temo a los violadores marshaleses (lo único paradisíaco que tiene las Islas Marshall es que, acá, no hay crimen), así que, en ese sentido, mi culo está a salvo. Pero, la diarrea sí puede acabar con el culo de cualquier viajero.
            En algunos aspectos, yo soy hipocondríaco. Pero, cuando se trata de males digestivos, sí asumo el rol de Superman, y me creo invencible. En Maracaibo, mi esposa me advirtió que tuviera mucho cuidado con las comidas, y me empaquetó varios remedios para la diarrea. Mi madre, con sus inclinaciones obsesivas, también desde Francia me insistía una y otra vez que me llevara medicinas digestivas.

            Tanto mi esposa como mi madre me llegaron a fastidiar con tanta insistencia. Me traje medicinas digestivas, pero sólo para seguirles la corriente. ¡Gracias al Altísimo que les seguí la corriente! Pues, ocurrió lo inevitable: la diarrea casi acaba con mi culo.
            Seguir el consejo de mi esposa es una empresa fútil. ¿Viajar a un país tan lejano, y no probar las comidas locales? Cuando estuve en India, me atiburré de curri. Sabía que tarde o temprano el condimento me castigaría, pero ir a la India, y no comer las delicias del curri, es prácticamente un crimen. La gastronomía marshalesa no es ni por asomo el manjar que se consigue en India. La comida es prácticamente como el mismo país: básica y simplona.
            De lo poco que se produce en las Islas Marshall, resaltan el atún, el coco y el frutipán. Pero, como suele ocurrir en aquello que Immanuel Wallerstein llama el “sistema-mundo”, los países de la periferia producen buenas cosas para los consumidores de países dominantes, y los nativos no consumen esos buenos productos. Así pues, acá casi no hay pescado fresco. Los marshaleses casi no pescan. Sus ancestros fueron grandes pescadores, pero hoy, los marshaleses son gordos acostumbrados a recibir comida enlatada que subsidia el gobierno de EE.UU. De las Islas Marshall se llevan el atún, los gringos lo enlatan, y los marshaleses lo consumen.
            Un día en un supermercado oí a dos tipos hablar español (me sentí un poco como Robinson Crusoe cuando descubre una huella humana). Eran un salvadoreño y un italiano, trabajadores de un barco atunero, que habían desembarcado para ir, en sus palabras, a un “ladies’ night” (la prostitución es bastante oculta acá, pero obviamente existe). La industria atunera es importante, pero a cargo de los grandes barcos.
            En todo caso, de vez en cuando se consiguen buenos platos de pescado fresco, y el frutipán es agradable. No es sushi o paella, pero puede hacer pasar un buen rato gastronómico. Pero, en un país tan gravemente afectado por la basura, ¿qué seguridad hay de que el pescado, y la comida en general, sean seguros? Muy poca, obviamente, y al final, la profecía de mi esposa y mi madre se cumplió: mi culo quedó reventado con la diarrea.
            ¿Cómo saber qué ocasionó mi diarrea? Francis Bacon, el gran filósofo y científico inglés del siglo XVI, enseñaba que, para conocer los efectos y las causas, hay que utilizar un método mediante el cual se va experimentando y desechando variables. No me propongo ser un científico en el culo del mundo, pero sí traté de seguir un poco el método de Bacon. Me aseguré de sólo beber agua embotellada, y de dejar de consumir algunos alimentos, y consumir otros. Dependiendo de cómo reaccionaba mi estómago, podría concluir más o menos cuál alimento es el responsable. Por supuesto, Bacon y cualquier científico diría que hay muchas variables que controlar, y yo no estoy en capacidad de hacer experimentos controlados en las Islas Marshall. Pero, a través de la improvisación de este método, llegué a la conclusión de que lo que realmente jodió mi estómago fueron las  naranjas que consumía a diario.
            Las naranjas de Maracaibo son muy agrias, y en ese sentido, quise aprovechar la dulzura de las naranjas que se venden en las Islas Marshall. No son producidas acá, sino en Guam. Parece extraño que una naranja pueda producir diarrea, pero tras consultar, corroboro que, en efecto, las fibras de la naranja y el exceso de vitamina C pueden lesionar el aparato digestivo. Quizás, supongo, la variedad de Guam es distinta al tipo de naranja que yo estoy acostumbrado a comer, y eso también me pudo lesionar.
            En fin, tuve que estar en reposo por varios días, sin poder hacer gran cosa. Aproveché para leer un poco sobre la historia de las islas del Pacífico. Y, una de las cosas que me saltó a los ojos fue el pasado caníbal de algunas de estas islas. Me invadió la mente la idea de que, quizás, mi diarrea se debía al consumo inadvertido de carne humana. ¡Qué horror!
            A decir verdad, el canibalismo aparentemente no produce diarrea. De hecho, sabemos que en el Paleolítico hubo canibalismo, gracias al estudio de heces fosilizadas con restos humanos. Si la mierda de esos caníbales fuera líquida, no se formaría el fósil. Pero, eso no implica que el canibalismo esté libre de otros males para la salud. No muy lejos de las Islas Marshall, en Papúa Nueva Guinea, hace apenas algunas décadas, una tribu, los fore, desarrollaron la enfermedad del kuru (un mal neurológico), como consecuencia del canibalismo.
En Micronesia (la región donde están las Islas Marshall) nunca hubo canibalismo. Pero, para quienes no conocen los detalles de esta región, es fácil confundir Polinesia, Melanesia y Micronesia. Y, tanto en Polinesia como en Melanesia, sí hubo canibalismo. De hecho, fue uno de los grandes estereotipos de la imaginación occidental, cuando llegaron los primeros exploradores europeos y norteamericanos a esta región. La imagen de un blanco cocinado en un pote mientras un negrito con un hueso atravesado en la nariz prepara el zancocho, no es oriunda de África, sino más bien de Melanesia.
El cliché del canibalismo en el Pacífico tiene esa versión caricaturesca. Pero, también ha habido autores más serios que le han dado un giro más interesante. Herman Melville, por ejemplo, escribió una gran novela, Taipí, sobre dos marineros norteamericanos que llegan a una isla polinesia donde todo es paradisíaco, pero extrañamente, uno desaparece, y el otro empieza a sospechar que, en realidad, los amigables polinesios están sirviendo como carne el cuerpo de su amigo desaparecido. Al final, resulta ser que los polinesios, en efecto, sí son caníbales.
Melville, y casi todos los occidentales que visitaban estas islas en el siglo XIX, tenían consciente o inconscientemente, una mentalidad imperialista. Y así, era fácil proyectar sobre los nativos cosas morbosas, como el canibalismo. En función de eso, hubo un antropólogo, William Arens, que llegó a postular que el canibalismo nunca existió en ninguna parte del mundo, y que en realidad, eran fantasías colonialistas para degradar a los nativos.

A mi juicio, la postura de Arens es típica de muchos progres izquierdistas que, en su obsesión por combatir el colonialismo, terminan defendiendo a los nativos a toda costa. Ciertamente, en torno al canibalismo hay mucha fantasía, pero la evidencia de que algunos pueblos lo practicaban, es incuestionable. Quizás en Polinesia estas costumbres no estuvieron tan extendidas. Pero, Fiji (en Melanesia) fue por mucho tiempo un reino caníbal. Udre Udre, un jefe de Fiji en el siglo XIX, llegó a comerse a más de novecientas personas. El canibalismo empezó a desaparecer en Fiji, en la medida en que Cokabau, un jefe tribal caníbal, se convirtió al cristianismo y permitió el acceso a los imperialistas británicos en el siglo XIX.

En América Latina, gente como Eduardo Galeano ha envenenado la mente de muchos, y han hecho prosperar la idea de que el colonialismo no trajo absolutamente nada bueno al Tercer Mundo. En el Pacífico, el colonialismo fue también muy agresivo. Pero, me llevo la impresión de que, en esta región del mundo, hay mayor apreciación de la misión civilizadora de los poderes imperiales, y la gente entiende mejor que no todo lo del colonialismo fue malo. Y, precisamente, una de las cosas positivas que los misioneros y administradores coloniales hicieron en estas islas, fue haber erradicado definitivamente el canibalismo.

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