En mi adolescencia leí Los miserables, de Victor Hugo. Una de las tantas escenas que me
marcaron de ese libro ocurre cuando una pordiosera dice a Fantine que le
enseñará el arte de ser pobre. Y, una de las principales destrezas que la
pordiosera le enseñará es cómo hacer para que la vela rinda sin gastar tanto
aceite. Esa escena me pareció digna del título de esa novela: miserable. Pedí a
Dios nunca ser como esos personajes.
La
lengua es el castigo del cuerpo. Años después, me encuentro en Majuro viviendo
algo muy parecido a lo que hacían Fantine y la pordiosera. Los primeros días de
mi estadía en las Islas Marshall, me alojé en un hotel con bastantes
comodidades. Tenía un gimnasio, televisor y, lo más importante para cualquier
maracucho, aire acondicionado. Pero, al cabo de una semana, se acabó la luna de
miel. Mis amigos marshaleses me ubicaron en un apartamento, propiedad de un
chino.
En ese
nuevo apartamento, no hay televisor. No es ninguna catástrofe, pues
francamente, nunca me hice adicto del consumo televisivo. Y, por fortuna, hay
aire acondicionado. Es difícil que un extranjero dimensione la relevancia del
aire acondicionado para un maracucho (o, al menos, para alguien de la clase
media maracucha). Para la clase media maracucha, quedarse sin aire (bien sea en
el hogar o en el carro) es una tragedia. He visitado varias ciudades vecinas de
Maracaibo (Coro, Barquisimeto, Barranquilla, Cartagena) con un clima similar,
pero ninguna concede tanta importancia al aire, como sí lo hace nuestra ciudad.
En ninguna de esas ciudades hay vidrios empeñados por la condensación del frío
en lugares cerrados; eso es común en Maracaibo. En ninguna de esas ciudades la
gente duerme con cobijas gruesísimas; en Maracaibo sí.
Y,
francamente, ¿cómo negar lo agradable que es entrar a un lugar frío huyendo de
40 grados a la sombra? Hace unos años, hubo en Maracaibo una disputa sobre el
nombre de un hospital. Ese hospital llevaba el nombre de Coromoto, un indio que
supuestamente vio aparecerse a una virgen. Los chavistas, en su manía de
cambiarle el nombre a todo, querían que ese hospital se llamara “Che Guevara”.
Ambas opciones me parecen patéticas: el primero, un indio que alucinó con ver
una señora luminosa aparecerse en el cielo; el segundo, un asesino. Yo hubiese
propuesto una tercera opción: Willis Carrier, el inventor del aire
acondicionado. Puedo asegurar que Carrier ha contribuido muchísimo más a la
felicidad de los pacientes de ese hospital. Lamentablemente, en Maracaibo
se hacen estatuas a todo tipo de
personajes, pero ¡no hay ni un solo homenaje a Carrier! Los maracuchos somos
muy ingratos.
En mi
apartamento de Majuro tengo aire acondicionado. Pero, después de unos días de
haberme acomodado, el propietario chino se me acercó a tratar de explicarme
algo sobre la electricidad. Ese chino, que lleva más de treinta años en las
Islas Marshall, no habla marshalés, y su inglés es bastante deficiente. Ante
sus explicaciones tan deficientes, sobre un tema tan importante como la
electricidad (no tanto por la electricidad en general, ¡sino por el aire
acondicionado!), me empecé a angustiar. Y, decidí preguntar a otra gente cómo
opera el servicio eléctrico en las Islas Marshall, para tratar de entender
mejor lo que me había explicado el chino.
Los
marshaleses me informaron que, en casi todo Majuro, la electricidad se paga por
adelantado. Tuve que recorrer el atolón buscando la agencia de servicio
eléctrico. Cuando llegué, informé al empleado que quería abonar a mi medidor
eléctrico. Él me preguntó cuánto deseaba abonar, y yo le dije que, puesto que
era nuevo en la ciudad, no tendría ni idea de cuánto podría necesitar. Le pedí
consejo. El empleado, bastante burocratizado, no me dio ninguna respuesta, y se
limitó a decir que dependería de mis hábitos. Opté por abonar una cantidad
bastante elevada que me había recomendado un amigo marshalés.
Al
volver al apartamento, conocí a algunos de mis vecinos: unos maestros de
escuela, oriundos de Fiji, las Islas Salomón y Filipinas. Le pregunté al isleño
de las Salomón, si la cantidad que yo había abonado era suficiente para un mes.
Se sonrió, y me dijo que con eso me sobraba. Me decía que él, con una cantidad
menor, vive en su apartamento con su esposa… y que ellos duermen plácidamente
con el ventilador.
¿Ventilador?
¿Cómo coño podría hacerle entender al isleño que, para un maracucho
aburguesado, un ventilador no es suficiente? Le pregunté cuánto sería el
consumo con el aire acondicionado prendido toda la noche, y me respondió que no
sabía, porque él jamás lo prende de noche, pues así se gasta mucha
electricidad. Me empecé a angustiar. Estoy consciente de que Venezuela no es la
misma de antes, pero al menos, en Maracaibo nos queda el placer del aire
acondicionado prendido a toda hora.
Cuando
yo era niño, recuerdo que uno de mis tíos tenía un amigo que adulteraba los
medidores eléctricos para pagar menos. Deseé intensamente que ese tramposo
maracucho estuviera en Majuro para hacerle un “encarguito” en el medidor del
apartamento. En mi infancia, recuerdo que el consumo eléctrico era una
preocupación para mi familia. Mi abuelo, que había vivido la guerra civil
española, se obsesionaba con apagar luces.
Pero, a partir de
Chávez, las cosas cambiaron. El subsidio eléctrico fue casi total, bajo la
excusa de que el pueblo no debe pagar nada, pues como pregona el comunismo, la
electricidad debe estar en manos del Estado, y todos los servicios deben ser
gratis, porque el pueblo tiene derecho a todo. Ocurrió lo que se esperaba con
semejantes subsidios: sobreconsumo. Años después, Venezuela entró en crisis
eléctrica, y hubo racionamientos (pero nunca en Caracas). Pero, eso de ningún
modo moderó el sobreconsumo de la gente. Más bien, por puro rencor al gobierno
en Caracas, los maracuchos prendían los aires acondicionados hasta congelarse.
Los años de las vacas gordas pasaron, y ahora
vivimos los años de las vacas flacas. Y, para alguien acostumbrado a malgastar
electricidad, el habituarse al ahorro es un golpe duro. En mi apartamento de
Majuro, hay todo un crisol de gente del Tercer Mundo. Mis vecinos que conocen
algo sobre Venezuela, me recuerdan que Venezuela es un país muy rico. Yo les
digo que los venezolanos somos cada vez más pobres. Entonces, compadeciéndose
de mí, esos fijianos, filipinos y salomonenses, me han enseñado el arte de ser
pobre. Me dan consejos para hacer rendir el ventilador, lavar la ropa sin
gastar monedas en la máquina, etc.
Hasta ahora no he
seguido mucho esos consejos. Pero, a partir del ensayo y el error, he tratado
de investigar cuáles aparatos consumen más electricidad. Dejo prendido el aire
o la nevera durante algún tiempo, y calculo cuánto se llevó en el medidor. El
problema, supongo, es que puede haber otras variables que influyen en el consumo
energético, y yo me forme una idea errónea de cuáles aparatos consumen más.
Mientras estoy en las
Islas Marshall, me han asignado enseñar un curso de psicología. A medida que me
instruyo en esta disciplina, he aprendido sobre un curioso experimento que hizo
Skinner con unas palomas. Aleatoriamente les daba comida, pero las palomas
llegaban a creer que sus propias acciones incidían sobre la frecuencia con que
Skinner les daba comida, y repetían las acciones previas a cuando recibían la
comida. En cierto sentido, las palomas se volvieron supersticiosas:
erróneamente asociaban un evento con otro.
En efecto, en los
seres humanos, las supersticiones operan de ese modo. Quizás, como en las
palomas de Skinner, yo termine prendiendo el aire sólo en algunas horas
específicas del día, creyendo que esas acciones inciden en el ahorro, cuando en
realidad no tiene absolutamente nada que
ver. Malinowski, un antropólogo que estudió de cerca la magia en algunos
pueblos del Pacífico, decía que las conductas supersticiosas eran más comunes
cuando se siente estrés. Pues bien, ante el estrés de tener que pagar una
barbaridad por la electricidad en Majuro, temo que las supersticiones se
apoderen de mí.
Casualmente esta
semana la Iglesia Católica canonizó a Teresa de Calcuta. Esa mujer me repugna,
por su amor intrínseco a la pobreza. En Majuro he visto mucha pobreza, y jamás
podré tragarme el mojón de que la gente pobre vive muy feliz, y debemos
aprender mucho de ellos. Pero, sí me parece que si Venezuela quiere salir del
atolladero en que se encuentra, debe aprender de las Islas Marshall el arte de
ser pobre. Los marshaleses, con sus duras condiciones geográficas, saben que no
pueden darse el lujo de malgastar electricidad, y por ello, la cobran por
anticipado y no le aplican subsidios excesivos. Si de verdad queremos salir de
nuestra crisis, no queda más remedio que apretarnos el cinturón, y eliminar todos
esos ridículos subsidios que han hecho de nosotros los venezolanos gigantes
consumistas y enanos productores.
Si ya ha dicho todo eso sobre que el consumo eléctrico debe ser moderado en Majuro ¿Ha tenido oportunidad de saber como se genera electricidad allí? ¿Hay cortes eléctricos constantemente? Sería interesante saber si es otro regalos de sus ex patronos colonialistas-imperialistas.
ResponderEliminarHola Frederick, en las dos semanas que llevo acá, sólo he vivido un muy breve pestañazo. No sé bien cómo se genera la electricidad. He visto algunos tanques que, quizás, podrían ser unas plantas, pero no estoy seguro. En todo caso, acá casi todo es importado, y no me extrañaría que la electricidad también lo sea. EE.UU. gasta una verdadera millonada manteniendo a este país.
Eliminar¿Hay algo que produzca las Islas Marshall que sirva para su PIB o que se pueda exportar a otros países? porque pareciese que fuese una isla de inquilinos mantenidos por Estados Unidos.
EliminarTe parecerá un cliché sacado de una comiquita, pero en realidad lo único que se produce es coco y pescado.
EliminarJajajaja bueno algo es algo.
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