lunes, 5 de septiembre de 2016

Aprendiendo a controlar el consumo eléctrico

En mi adolescencia leí Los miserables, de Victor Hugo. Una de las tantas escenas que me marcaron de ese libro ocurre cuando una pordiosera dice a Fantine que le enseñará el arte de ser pobre. Y, una de las principales destrezas que la pordiosera le enseñará es cómo hacer para que la vela rinda sin gastar tanto aceite. Esa escena me pareció digna del título de esa novela: miserable. Pedí a Dios nunca ser como esos personajes.
            La lengua es el castigo del cuerpo. Años después, me encuentro en Majuro viviendo algo muy parecido a lo que hacían Fantine y la pordiosera. Los primeros días de mi estadía en las Islas Marshall, me alojé en un hotel con bastantes comodidades. Tenía un gimnasio, televisor y, lo más importante para cualquier maracucho, aire acondicionado. Pero, al cabo de una semana, se acabó la luna de miel. Mis amigos marshaleses me ubicaron en un apartamento, propiedad de un chino.

            En ese nuevo apartamento, no hay televisor. No es ninguna catástrofe, pues francamente, nunca me hice adicto del consumo televisivo. Y, por fortuna, hay aire acondicionado. Es difícil que un extranjero dimensione la relevancia del aire acondicionado para un maracucho (o, al menos, para alguien de la clase media maracucha). Para la clase media maracucha, quedarse sin aire (bien sea en el hogar o en el carro) es una tragedia. He visitado varias ciudades vecinas de Maracaibo (Coro, Barquisimeto, Barranquilla, Cartagena) con un clima similar, pero ninguna concede tanta importancia al aire, como sí lo hace nuestra ciudad. En ninguna de esas ciudades hay vidrios empeñados por la condensación del frío en lugares cerrados; eso es común en Maracaibo. En ninguna de esas ciudades la gente duerme con cobijas gruesísimas; en Maracaibo sí.
            Y, francamente, ¿cómo negar lo agradable que es entrar a un lugar frío huyendo de 40 grados a la sombra? Hace unos años, hubo en Maracaibo una disputa sobre el nombre de un hospital. Ese hospital llevaba el nombre de Coromoto, un indio que supuestamente vio aparecerse a una virgen. Los chavistas, en su manía de cambiarle el nombre a todo, querían que ese hospital se llamara “Che Guevara”. Ambas opciones me parecen patéticas: el primero, un indio que alucinó con ver una señora luminosa aparecerse en el cielo; el segundo, un asesino. Yo hubiese propuesto una tercera opción: Willis Carrier, el inventor del aire acondicionado. Puedo asegurar que Carrier ha contribuido muchísimo más a la felicidad de los pacientes de ese hospital. Lamentablemente, en Maracaibo se  hacen estatuas a todo tipo de personajes, pero ¡no hay ni un solo homenaje a Carrier! Los maracuchos somos muy ingratos.
            En mi apartamento de Majuro tengo aire acondicionado. Pero, después de unos días de haberme acomodado, el propietario chino se me acercó a tratar de explicarme algo sobre la electricidad. Ese chino, que lleva más de treinta años en las Islas Marshall, no habla marshalés, y su inglés es bastante deficiente. Ante sus explicaciones tan deficientes, sobre un tema tan importante como la electricidad (no tanto por la electricidad en general, ¡sino por el aire acondicionado!), me empecé a angustiar. Y, decidí preguntar a otra gente cómo opera el servicio eléctrico en las Islas Marshall, para tratar de entender mejor lo que me había explicado el chino.
            Los marshaleses me informaron que, en casi todo Majuro, la electricidad se paga por adelantado. Tuve que recorrer el atolón buscando la agencia de servicio eléctrico. Cuando llegué, informé al empleado que quería abonar a mi medidor eléctrico. Él me preguntó cuánto deseaba abonar, y yo le dije que, puesto que era nuevo en la ciudad, no tendría ni idea de cuánto podría necesitar. Le pedí consejo. El empleado, bastante burocratizado, no me dio ninguna respuesta, y se limitó a decir que dependería de mis hábitos. Opté por abonar una cantidad bastante elevada que me había recomendado un amigo marshalés.
            Al volver al apartamento, conocí a algunos de mis vecinos: unos maestros de escuela, oriundos de Fiji, las Islas Salomón y Filipinas. Le pregunté al isleño de las Salomón, si la cantidad que yo había abonado era suficiente para un mes. Se sonrió, y me dijo que con eso me sobraba. Me decía que él, con una cantidad menor, vive en su apartamento con su esposa… y que ellos duermen plácidamente con el ventilador.
            ¿Ventilador? ¿Cómo coño podría hacerle entender al isleño que, para un maracucho aburguesado, un ventilador no es suficiente? Le pregunté cuánto sería el consumo con el aire acondicionado prendido toda la noche, y me respondió que no sabía, porque él jamás lo prende de noche, pues así se gasta mucha electricidad. Me empecé a angustiar. Estoy consciente de que Venezuela no es la misma de antes, pero al menos, en Maracaibo nos queda el placer del aire acondicionado prendido a toda hora.
            Cuando yo era niño, recuerdo que uno de mis tíos tenía un amigo que adulteraba los medidores eléctricos para pagar menos. Deseé intensamente que ese tramposo maracucho estuviera en Majuro para hacerle un “encarguito” en el medidor del apartamento. En mi infancia, recuerdo que el consumo eléctrico era una preocupación para mi familia. Mi abuelo, que había vivido la guerra civil española, se obsesionaba con apagar luces.
Pero, a partir de Chávez, las cosas cambiaron. El subsidio eléctrico fue casi total, bajo la excusa de que el pueblo no debe pagar nada, pues como pregona el comunismo, la electricidad debe estar en manos del Estado, y todos los servicios deben ser gratis, porque el pueblo tiene derecho a todo. Ocurrió lo que se esperaba con semejantes subsidios: sobreconsumo. Años después, Venezuela entró en crisis eléctrica, y hubo racionamientos (pero nunca en Caracas). Pero, eso de ningún modo moderó el sobreconsumo de la gente. Más bien, por puro rencor al gobierno en Caracas, los maracuchos prendían los aires acondicionados hasta congelarse.
 Los años de las vacas gordas pasaron, y ahora vivimos los años de las vacas flacas. Y, para alguien acostumbrado a malgastar electricidad, el habituarse al ahorro es un golpe duro. En mi apartamento de Majuro, hay todo un crisol de gente del Tercer Mundo. Mis vecinos que conocen algo sobre Venezuela, me recuerdan que Venezuela es un país muy rico. Yo les digo que los venezolanos somos cada vez más pobres. Entonces, compadeciéndose de mí, esos fijianos, filipinos y salomonenses, me han enseñado el arte de ser pobre. Me dan consejos para hacer rendir el ventilador, lavar la ropa sin gastar monedas en la máquina, etc.
Hasta ahora no he seguido mucho esos consejos. Pero, a partir del ensayo y el error, he tratado de investigar cuáles aparatos consumen más electricidad. Dejo prendido el aire o la nevera durante algún tiempo, y calculo cuánto se llevó en el medidor. El problema, supongo, es que puede haber otras variables que influyen en el consumo energético, y yo me forme una idea errónea de cuáles aparatos consumen más.
Mientras estoy en las Islas Marshall, me han asignado enseñar un curso de psicología. A medida que me instruyo en esta disciplina, he aprendido sobre un curioso experimento que hizo Skinner con unas palomas. Aleatoriamente les daba comida, pero las palomas llegaban a creer que sus propias acciones incidían sobre la frecuencia con que Skinner les daba comida, y repetían las acciones previas a cuando recibían la comida. En cierto sentido, las palomas se volvieron supersticiosas: erróneamente asociaban un evento con otro.
En efecto, en los seres humanos, las supersticiones operan de ese modo. Quizás, como en las palomas de Skinner, yo termine prendiendo el aire sólo en algunas horas específicas del día, creyendo que esas acciones inciden en el ahorro, cuando en realidad  no tiene absolutamente nada que ver. Malinowski, un antropólogo que estudió de cerca la magia en algunos pueblos del Pacífico, decía que las conductas supersticiosas eran más comunes cuando se siente estrés. Pues bien, ante el estrés de tener que pagar una barbaridad por la electricidad en Majuro, temo que las supersticiones se apoderen de mí.

Casualmente esta semana la Iglesia Católica canonizó a Teresa de Calcuta. Esa mujer me repugna, por su amor intrínseco a la pobreza. En Majuro he visto mucha pobreza, y jamás podré tragarme el mojón de que la gente pobre vive muy feliz, y debemos aprender mucho de ellos. Pero, sí me parece que si Venezuela quiere salir del atolladero en que se encuentra, debe aprender de las Islas Marshall el arte de ser pobre. Los marshaleses, con sus duras condiciones geográficas, saben que no pueden darse el lujo de malgastar electricidad, y por ello, la cobran por anticipado y no le aplican subsidios excesivos. Si de verdad queremos salir de nuestra crisis, no queda más remedio que apretarnos el cinturón, y eliminar todos esos ridículos subsidios que han hecho de nosotros los venezolanos gigantes consumistas y enanos productores.

6 comentarios:

  1. Si ya ha dicho todo eso sobre que el consumo eléctrico debe ser moderado en Majuro ¿Ha tenido oportunidad de saber como se genera electricidad allí? ¿Hay cortes eléctricos constantemente? Sería interesante saber si es otro regalos de sus ex patronos colonialistas-imperialistas.

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    1. Hola Frederick, en las dos semanas que llevo acá, sólo he vivido un muy breve pestañazo. No sé bien cómo se genera la electricidad. He visto algunos tanques que, quizás, podrían ser unas plantas, pero no estoy seguro. En todo caso, acá casi todo es importado, y no me extrañaría que la electricidad también lo sea. EE.UU. gasta una verdadera millonada manteniendo a este país.

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    2. ¿Hay algo que produzca las Islas Marshall que sirva para su PIB o que se pueda exportar a otros países? porque pareciese que fuese una isla de inquilinos mantenidos por Estados Unidos.

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    3. Te parecerá un cliché sacado de una comiquita, pero en realidad lo único que se produce es coco y pescado.

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  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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