viernes, 2 de septiembre de 2016

La basura en Majuro

Mi decisión de venir a las Islas Marshall fue bastante accidentada. Previsiblemente, yo ni siquiera sabía que este país existía. He conocido algunos miembros de la elite marshalesa, que se molestan porque en otras partes del mundo nadie sabe dónde queda su país. Y, se resienten también por el hecho de que a esta región del mundo la llaman “Micronesia”. Etimológicamente, Micronesia quiere decir “pequeñas islas”. Esa pequeñez molesta a esa elite.
            Desde hace mucho tiempo ha habido esa queja: a los pueblos colonizados se les despojó el derecho de nombrar sus territorios como ellos quieren, y han tenido que utilizar el nombre asignado por el colonizador. Chávez maníacamente quiso cambiar el nombre a cuanto lugar pudo, y en esos cambios, muchas veces sustituyó nombres castellanos con nombres indígenas (por ejemplo, el Ávila ahora se llama Guaraireparo). Ignoro si los marshaleses quieren cambiar el nombre a su país. La nación se llama así en honor de John Marshall, un explorador inglés que avistó las islas en el siglo XVIII.

Sospecho que si a esa élite le molesta que esta región se llame Micronesia, más aún les molestará que el país se llame las Islas Marshall. Pero, una paradoja del nacionalismo es que, cuando los nacionalistas se apropian de un símbolo, ya no es tan fácil abandonarlo. Los marshaleses han asimilado bastante el topónimo Marshall, y no veo viable que renuncien a él. Es la misma historia de Venezuela: he escuchado en muchas ocasiones la cataleta en contra del nombre Venezuela, porque según dicen, lo asignó un marinero europeo en señal de desprecio. Pero, esos mismos patrioteros están tan imbuidos de nacionalismo, que difícilmente estarán dispuestos a renunciar el nombre que evoca en ellos sentimientos tan profundos.
En todo caso, el reclamo respecto a los topónimos es legítimo, pero sólo medianamente. Sí, ciertamente es muy injusto que los marshaleses tengan que llamar a su propio país con el nombre de un colonizador extranjero. Pero, también debemos reconocer que la cartografía, y la geografía en general, son disciplinas de origen occidental. Y, si bien los exploradores colonialistas pudieron haber sido muy malévolos en imponer topónimos a los nativos, si no fuera por esos exploradores, seguramente los nativos seguirían con una idea geográfica bastante equivocada de sus territorios.
            Digo que mi decisión de venir a las Islas Marshall fue muy accidentada, porque tras declinar varias veces la idea de hacer el viaje, decidí sólo en el último momento. Suelo consultar estas cosas con mis padres, pero ellos no estaban en Maracaibo para discutir el asunto con calma; tuvimos que hablar el asunto varias veces por teléfono. Lo discutí con mi esposa, y en parte gracias al apoyo que ella me ofreció, opté por venir.
            Ante un país tan desconocido, hice lo habitual: empecé a leer sobre su historia, cultura, etc. Pero, en este caso, mi interés era menos intelectual y mucho más mundano: quería saber cómo es la vida diaria en las Islas Marshall, para prepararme ante esa nueva experiencia.
Empecé a ver videos en Yotube de Majuro. Al contrastar lo que vi en los videos, con lo que veo ahora acá con mis propios ojos, me doy cuenta de que las cámaras pueden representar cosas muy distintas a la realidad. Los psicólogos de la Gestalt siempre nos han dicho que la percepción está condicionada por muchas circunstancias mentales. Pues bien, los camarógrafos tienen una gran habilidad para presentarnos las cosas de un modo distinto a cómo lo veríamos si estuviéramos frente a ellas.
Yo he visto fotos deslumbrantes de Maracaibo. Esas imágenes de la Plaza de la República en la noche enamoran a cualquiera que las contemple. Pero, cualquier maracucho sabe que ese lugar se ve mucho más bello en esas fotos. Yo estaba consciente de que las imágenes de Majuro en los videos serían distintas a lo que se percibe en la realidad, pero estúpidamente, creí que sería una ciudad limpia, tal como aparece en Youtube.
La triste realidad es que Majuro es mucho más fea de lo que yo me esperaba tras ver esos videos. Y, lo especialmente feo es la enorme cantidad de basura que hay en esta ciudad (los videos se encargaban de mostrar jardines verdes que, francamente, aún no he descubierto acá). En Maracaibo, por supuesto, la basura es un eterno drama. Ese problema no conoce colores políticos: derecha e izquierda son igualmente incompetentes a la hora de recoger la basura. Pero, aun para un maracucho acostumbrado a la cloaca, la basura de Majuro impacta.
Con todo, la suciedad de Majuro es distinta a la de Maracaibo. Hay mucha basura en la calle, pero no hay el característico olor a cloaca desbordada que habitualmente se encuentra en Maracaibo. No obstante, lo que más impacta no son los pequeños desechos, sino la enorme cantidad de escombros y chatarra anclada en las playas.
En algún momento, como forma de animarme a venir a las Islas Marshall, mi hermana me dijo que ella podría venir a visitarme desde Australia, porque ella siempre ha querido ir a playas paradisíacas. Ahora lamentaré informar a mi hermana que, al menos en Majuro, no hay ninguna playa paradisíaca. De hecho, no hay ninguna playa apta. Un día me bañé en la laguna, y descubrí que ciertamente el agua es cristalina, pero inmediatamente, me encontré con latas y escombros en el fondo de la laguna.
En la laguna hay varias embarcaciones hundidas, pero puesto que están cerca de la orilla, hay partes de las embarcaciones que quedaron por encima de la superficie, ya como chatarra. Me recuerda un poco a la escena final de El planeta de los simios, cuando Charlton Heston descubre en la playa los escombros de su civilización.
En una de mis caminatas de exploración, un día encontré un gigantesco basurero a las afueras de Majuro. Había un guardia custodiando el lugar, y me dijo que le tomara fotos al basurero, como si se tratara de una atracción turística. El hombre estaba comiendo, y le pregunté si no temía contaminar su comida con tanta basura. Me dijo que con espantar las moscas es suficiente. En mi mente de colonizador, asumí que ese hombre es era un salvaje que no tenía el menor concepto de higiene. Pero, inmediatamente recordé que, en los restaurantes de Cabeza de Toro, en el camino de Maracaibo a El Moján, yo he empleado exactamente el mismo método de espantar moscas.
Ese mismo día, me encontré con un pescador. Estaba sentado con sus hijos en una playa (por supuesto, llena de basura). Le pregunté por qué hay tanta basura en Majuro. El hombre, que resultó ser bastante culto, me dijo que es culpa del calentamiento global. Eso no me entró en la cabeza ni con taladro: ¿qué culpa tiene el calentamiento global de que un tipo tire una botella plástica al mar? Pero, el pescador me explicó que esa basura no es producida por los marshaleses. El calentamiento global ha aumentado los niveles del mar, y la intensidad de las olas arrastran a las Islas Marshall la basura que viene de otros países. El pescador me noqueó con ese argumento.
Pero, días después, conocí a un funcionario del gobierno, encargado especialmente del problema de la basura. Le expuse la teoría del pescador, y soltó una carcajada. El funcionario me aseguró que la basura de las Islas Marshall, es producida por los propios marshaleses. De hecho, su labor como funcionario es cultivar en la población hábitos culturales que permitan ofrecer soluciones. Acá hay demasiada tentación de usar al mar como basurero. Por supuesto, esto no es ninguna novedad para un maracucho, pues el lago, es sencillamente una extensión del IMAU (el servicio de recolección de basura).
Lo que me contaba el funcionario me hizo reflexionar sobre la izquierda en América Latina. Gente como Eduardo Galeano ha pasado toda la vida tratando de convencernos de que la culpa de nuestros males, siempre la tienen los demás: el imperio, el Mossad, el Pato Donald. Algo de verdad hay en esos alegatos. Pero, ¡qué fácil es chantajear con esa excusa!
Pues bien, por lo visto, a los marshaleses les pasa igual. No hay duda de que las Islas Marshall son un país seriamente amenazado por el calentamiento global. Una subida de aguas puede llevarse estos atolones en cualquier momento. Pero, ¿puede usar esa excusa un marshalés cuando lo agarren in fraganti arrojando una botella plástica a la laguna?
Con todo, el problema de la basura en las Islas Marshall es aún más complejo. Los gringos, además de lanzar bombas nucleares, han establecido acuerdos para enviar basura y desechos radioactivos a estas islas (aunque, no a Majuro, sino a Enewetok). Eso no explica la enorme cantidad de basura que yo he visto en Majuro, pero sí es motivo para reprochar la depredación imperial norteamericana.
Pero, como suele ocurrir en estas cosas, hay hipocresía. Los políticos marshaleses suelen basar sus campañas electorales y el cultivo de su imagen internacional, en el ecologismo. Christopher Loeak, el antiguo presidente de este país, hizo muchos llamados para que el mundo adquiriera conciencia del peligro que el calentamiento global supone para las Islas Marshall. Pero, insólitamente, pude ver en un reportaje de televisión que el mismo Loeak defendía los acuerdos con los norteamericanos para recibir basura, y uno de los argumentos que empleaba, postulaba que las islas ya de por sí están bastante contaminadas, y que se puede tolerar un poco más de basura a cambio de una considerable cifra de dinero que ofrezcan los gringos.
Un ecologista dirá que Loeak es un monstruo. Pero, seguramente ese ecologista viene de un país occidental muy acomodado y que no conoce la pobreza. Viendo la pobreza que hay en las Islas Marshall y la desesperación por conseguir financiamiento, puedo entender mejor (aunque no necesariamente apoyar) el pragmatismo del antiguo presidente marshalés.

2 comentarios:

  1. Espero otro artículo. Muy interesante esta experiencia tan lejos de nosotros, pero con muchos puntos en común en algunas practicas de nuestros ciudadanos con los marshaleses

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    1. Gracias, sí, hay muchas cosas de los marshalleses que me recuerdan a los maracuchos.

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