Mi decisión de venir a las Islas Marshall fue bastante
accidentada. Previsiblemente, yo ni siquiera sabía que este país existía. He conocido
algunos miembros de la elite marshalesa, que se molestan porque en otras partes
del mundo nadie sabe dónde queda su país. Y, se resienten también por el hecho de que a esta
región del mundo la llaman “Micronesia”. Etimológicamente, Micronesia quiere
decir “pequeñas islas”. Esa pequeñez molesta a esa elite.
Desde
hace mucho tiempo ha habido esa queja: a los pueblos colonizados se les despojó
el derecho de nombrar sus territorios como ellos quieren, y han tenido que
utilizar el nombre asignado por el colonizador. Chávez maníacamente quiso
cambiar el nombre a cuanto lugar pudo, y en esos cambios, muchas veces
sustituyó nombres castellanos con nombres indígenas (por ejemplo, el Ávila
ahora se llama Guaraireparo). Ignoro si los marshaleses quieren cambiar el
nombre a su país. La nación se llama así en honor de John Marshall, un
explorador inglés que avistó las islas en el siglo XVIII.
Sospecho que si a esa
élite le molesta que esta región se llame Micronesia, más aún les molestará que
el país se llame las Islas Marshall. Pero, una paradoja del nacionalismo es
que, cuando los nacionalistas se apropian de un símbolo, ya no es tan fácil
abandonarlo. Los marshaleses han asimilado bastante el topónimo Marshall, y no
veo viable que renuncien a él. Es la misma historia de Venezuela: he escuchado
en muchas ocasiones la cataleta en contra del nombre Venezuela, porque según
dicen, lo asignó un marinero europeo en señal de desprecio. Pero, esos mismos
patrioteros están tan imbuidos de nacionalismo, que difícilmente estarán
dispuestos a renunciar el nombre que evoca en ellos sentimientos tan profundos.
En todo caso, el
reclamo respecto a los topónimos es legítimo, pero sólo medianamente. Sí,
ciertamente es muy injusto que los marshaleses tengan que llamar a su propio
país con el nombre de un colonizador extranjero. Pero, también debemos
reconocer que la cartografía, y la geografía en general, son disciplinas de
origen occidental. Y, si bien los exploradores colonialistas pudieron haber
sido muy malévolos en imponer topónimos a los nativos, si no fuera por esos
exploradores, seguramente los nativos seguirían con una idea geográfica
bastante equivocada de sus territorios.
Digo que
mi decisión de venir a las Islas Marshall fue muy accidentada, porque tras
declinar varias veces la idea de hacer el viaje, decidí sólo en el último
momento. Suelo consultar estas cosas con mis padres, pero ellos no estaban en
Maracaibo para discutir el asunto con calma; tuvimos que hablar el asunto
varias veces por teléfono. Lo discutí con mi esposa, y en parte gracias al
apoyo que ella me ofreció, opté por venir.
Ante un
país tan desconocido, hice lo habitual: empecé a leer sobre su historia,
cultura, etc. Pero, en este caso, mi interés era menos intelectual y mucho más
mundano: quería saber cómo es la vida diaria en las Islas Marshall, para
prepararme ante esa nueva experiencia.
Empecé a ver videos
en Yotube de Majuro. Al contrastar lo que vi en los videos, con lo que veo
ahora acá con mis propios ojos, me doy cuenta de que las cámaras pueden
representar cosas muy distintas a la realidad. Los psicólogos de la Gestalt
siempre nos han dicho que la percepción está condicionada por muchas
circunstancias mentales. Pues bien, los camarógrafos tienen una gran habilidad
para presentarnos las cosas de un modo distinto a cómo lo veríamos si estuviéramos
frente a ellas.
Yo he visto fotos
deslumbrantes de Maracaibo. Esas imágenes de la Plaza de la República en la
noche enamoran a cualquiera que las contemple. Pero, cualquier maracucho sabe
que ese lugar se ve mucho más bello en esas fotos. Yo estaba consciente de que
las imágenes de Majuro en los videos serían distintas a lo que se percibe en la
realidad, pero estúpidamente, creí que sería una ciudad limpia, tal como
aparece en Youtube.
La triste realidad es
que Majuro es mucho más fea de lo que yo me esperaba tras ver esos videos. Y,
lo especialmente feo es la enorme cantidad de basura que hay en esta ciudad
(los videos se encargaban de mostrar jardines verdes que, francamente, aún no
he descubierto acá). En Maracaibo, por supuesto, la basura es un eterno drama.
Ese problema no conoce colores políticos: derecha e izquierda son igualmente
incompetentes a la hora de recoger la basura. Pero, aun para un maracucho
acostumbrado a la cloaca, la basura de Majuro impacta.
Con todo, la suciedad
de Majuro es distinta a la de Maracaibo. Hay mucha basura en la calle, pero no
hay el característico olor a cloaca desbordada que habitualmente se encuentra
en Maracaibo. No obstante, lo que más impacta no son los pequeños desechos,
sino la enorme cantidad de escombros y chatarra anclada en las playas.
En algún momento,
como forma de animarme a venir a las Islas Marshall, mi hermana me dijo que
ella podría venir a visitarme desde Australia, porque ella siempre ha querido
ir a playas paradisíacas. Ahora lamentaré informar a mi hermana que, al menos
en Majuro, no hay ninguna playa paradisíaca. De hecho, no hay ninguna playa
apta. Un día me bañé en la laguna, y descubrí que ciertamente el agua es
cristalina, pero inmediatamente, me encontré con latas y escombros en el fondo
de la laguna.
En la laguna hay varias
embarcaciones hundidas, pero puesto que están cerca de la orilla, hay partes de las embarcaciones que quedaron por
encima de la superficie, ya como chatarra. Me recuerda un poco a la escena
final de El planeta de los simios,
cuando Charlton Heston descubre en la playa los escombros de su civilización.
En una de mis
caminatas de exploración, un día encontré un gigantesco basurero a las afueras
de Majuro. Había un guardia custodiando el lugar, y me dijo que le tomara fotos
al basurero, como si se tratara de una atracción turística. El hombre estaba
comiendo, y le pregunté si no temía contaminar su comida con tanta basura. Me
dijo que con espantar las moscas es suficiente. En mi mente de colonizador,
asumí que ese hombre es era un salvaje que no tenía el menor concepto de
higiene. Pero, inmediatamente recordé que, en los restaurantes de Cabeza de
Toro, en el camino de Maracaibo a El Moján, yo he empleado exactamente el mismo
método de espantar moscas.
Ese mismo día, me
encontré con un pescador. Estaba sentado con sus hijos en una playa (por
supuesto, llena de basura). Le pregunté por qué hay tanta basura en Majuro. El
hombre, que resultó ser bastante culto, me dijo que es culpa del calentamiento
global. Eso no me entró en la cabeza ni con taladro: ¿qué culpa tiene el
calentamiento global de que un tipo tire una botella plástica al mar? Pero, el
pescador me explicó que esa basura no es producida por los marshaleses. El
calentamiento global ha aumentado los niveles del mar, y la intensidad de las
olas arrastran a las Islas Marshall la basura que viene de otros países. El
pescador me noqueó con ese argumento.
Pero, días después,
conocí a un funcionario del gobierno, encargado especialmente del problema de
la basura. Le expuse la teoría del pescador, y soltó una carcajada. El
funcionario me aseguró que la basura de las Islas Marshall, es producida por
los propios marshaleses. De hecho, su labor como funcionario es cultivar en la
población hábitos culturales que permitan ofrecer soluciones. Acá hay demasiada
tentación de usar al mar como basurero. Por supuesto, esto no es ninguna
novedad para un maracucho, pues el lago, es sencillamente una extensión del
IMAU (el servicio de recolección de basura).
Lo que me contaba el
funcionario me hizo reflexionar sobre la izquierda en América Latina. Gente
como Eduardo Galeano ha pasado toda la vida tratando de convencernos de que la
culpa de nuestros males, siempre la tienen los demás: el imperio, el Mossad, el
Pato Donald. Algo de verdad hay en esos alegatos. Pero, ¡qué fácil es
chantajear con esa excusa!
Pues bien, por lo
visto, a los marshaleses les pasa igual. No hay duda de que las Islas Marshall
son un país seriamente amenazado por el calentamiento global. Una subida de
aguas puede llevarse estos atolones en cualquier momento. Pero, ¿puede usar esa
excusa un marshalés cuando lo agarren in
fraganti arrojando una botella plástica a la laguna?
Con todo, el problema
de la basura en las Islas Marshall es aún más complejo. Los gringos, además de
lanzar bombas nucleares, han establecido acuerdos para enviar basura y desechos
radioactivos a estas islas (aunque, no a Majuro, sino a Enewetok). Eso no
explica la enorme cantidad de basura que yo he visto en Majuro, pero sí es
motivo para reprochar la depredación imperial norteamericana.
Pero, como suele
ocurrir en estas cosas, hay hipocresía. Los políticos marshaleses suelen basar
sus campañas electorales y el cultivo de su imagen internacional, en el
ecologismo. Christopher Loeak, el antiguo presidente de este país, hizo muchos
llamados para que el mundo adquiriera conciencia del peligro que el
calentamiento global supone para las Islas Marshall. Pero, insólitamente, pude
ver en un reportaje de televisión que el mismo Loeak defendía los acuerdos con
los norteamericanos para recibir basura, y uno de los argumentos que empleaba,
postulaba que las islas ya de por sí están bastante contaminadas, y que se
puede tolerar un poco más de basura a cambio de una considerable cifra de
dinero que ofrezcan los gringos.
Un ecologista dirá
que Loeak es un monstruo. Pero, seguramente ese ecologista viene de un país
occidental muy acomodado y que no conoce la pobreza. Viendo la pobreza que hay
en las Islas Marshall y la desesperación por conseguir financiamiento, puedo
entender mejor (aunque no necesariamente apoyar) el pragmatismo del antiguo
presidente marshalés.
Espero otro artículo. Muy interesante esta experiencia tan lejos de nosotros, pero con muchos puntos en común en algunas practicas de nuestros ciudadanos con los marshaleses
ResponderEliminarGracias, sí, hay muchas cosas de los marshalleses que me recuerdan a los maracuchos.
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